Para eso sirvió el presunto debate de ayer. Sí, presunto. Porque no es un debate una confrontación dialéctica en el que las partes que debaten pactan los temas de los que no van a hablar y se dedican a leer datos, como si fueran dos telediarios intercalados. A eso fue a lo que asistimos ayer. Los españolitos nos dimos cuenta, eso sí, de una cosa: de que Rubalcaba trató a Rajoy ya como presidente, pidiéndole cuentas de lo que va a hacer como si ya lo hubiera hecho. Fue un ejercicio dialéctico realmente curioso, en ese sentido. Pero tal vez ese fuera su único interés.
Luego, los tamagotchis de ambos partidos dirán que ganó de calle Rajoy (los del PP) o que Rajoy no estuvo tan fino (los del PSOE y resto). Se regocijarán en los fallos, tartamudeos y demás defectos del contrario. Las redes sociales hervirán de comentarios para todos los gustos a favor o en contra de Rajoy, que ganó modosamente a los puntos y sin hacer mucha sangre, sobre todo porque ya estaba pactado. Sin embargo, convendría recordar que eso no es otra cosa que un engaño. Convendría parafrasear la frase que Rubalcaba dijo aquel ominoso 12 de marzo: «Los españoles nos merecemos unos políticos que no nos mientan, que nos digan siempre la verdad». Sin embargo, la verdad no fue invitada ayer por la noche. Y mal por Rajoy, por prestarse a ese juego.
Y hablando de ausencias clamorosas, tampoco la austeridad lo fue. Al margen de que en el PP existan cargos cuya retribución diga poco en favor de la austeridad, gastarse 500.000 leuros del ala en semejante evento nos parece una barbaridad y un insulto a tantas personas que han de pasar con 400 o 500 euros al mes (las viudas, por ejemplo, de las que nadie parece ocuparse y que posiblemente vean recortada su pensión «porque no hay dinero y de alguna parte hay que recortar»), o de los sufridos mileuristas, que gracias a los denodados esfuerzos de nuestros políticos, han venido a sustituir a la amplia clase media que había en 1975.
Nos gustaría conocer el desglose completo del dinero gastado en esos fuegos artificiales de ayer. Creo que se parecería bastante a uno de esos monólogos de Gila. Menos mal que «los candidatos no cobraban». Por ejemplo: según informaciones de ayer lunes en La Gaceta, la Academia iba a gastar 50.000 euros («8.333.000 de las antiguas pesetas», que dirían los pedantes… y que al paso que vamos, a lo mejor no resultan tan antiguas) en… catering, que en román paladino significa «servicio de comida», pero que lo dices en inglés y parece como que no duele tanto. 80.000 euros en decorado. Claro que en el teatro la tramoya es importante; pero la trama lo es aún más, y resultó demasiada tramoya para tan poca trama. El gasto más llamativo, no obstante es el del alquiler del escenario: 90.000 euros por una noche en el Palacio Municipal de Congresos de Madrid. Estoy seguro de que una revista del Folies Bergère con todo su personal e impedimenta no resulta tan cara. Sin olvidar que ver a Norma Duval en un escenario (o casi en cualquier parte) resulta mucho más atractivo que ver a dos pejespadas mal barbados fingir echarse los trastos a la cabeza.
¿A los efectos prácticos? Los hooligans del PP verán confirmada la ascensión al Olimpo presidencial de su ídolo Rajoy. Los del PSOE probablemente decidan votar a regañadientes a su candidato o quedarse en casa para «no tener que votar a la derecha» o, no menos importante, para no tener que votar por su candidato de forma vergonzante. ¿Lo peor? Una de las derivadas de la actitud de Rubalcaba: «Yo me voy a la oposición, pero tú tendrás que comerte todos los marrones que te hemos dejado y algunas sorpresas más. Ahí te quedas». No es de extrañar que Mariano no llame a la euforia y al entusiasmo. Para nosotros, los españolitos de a pie, nada ha cambiado, como siempre:
Al marchar a la siega
entran rencores:
trabajar para ricos,
seguir de pobres.
entran rencores:
trabajar para ricos,
seguir de pobres.
Eso sí: los invitados que llenarían el plató se fueron con el buche bien lleno (20.000 euros en comida dan para mucho: aproximadamente, para que 4 familias medias españolas puedan comer bien durante un año).