26 de marzo de 2007

La transición pendiente

Buena la ha liado el señor Polanco con sus declaraciones. A propósito de una de las manifestaciones más multitudinarias de la democracia, Don Jesús del Gran Poder dice que "es una manifestación que es el franquismo puro y duro". Y que "le dan mucho miedo las ansias de revancha si la derecha vuelve al poder".

Lo del "franquismo" bien lo ha de saber él, que se enriqueció con Franco y con Suárez, último jefe del Movimiento Nacional. Él, que con Felipe González consolidó su poder y a quien Aznar sólo pudo hacer algunas cosquillitas (lo de Sogecable fue una broma, aunque se llevara por delante a uno de los jueces más honrados de la democracia). Él, que ahora manda recados a Zapo a través del Pravda. Él, pues, que se ha convertido en el amo y de quien Zapo, como el logotipo de la discográfica HMV, es el perrito faldero, hasta el punto de que el PSOE parece la "franquicia política" de PRISA.

Se ha hablado mucho de la "segunda transición". La primera, en mi opinión, fue la que hizo la derecha: Fraga, cual Moisés gallego, llevó a la travesía del desierto a la derecha, que nunca fue del todo obediente y que también cayó en la tentación de adorar al becerro de oro. Erraron durante bastantes años (no cuarenta, por cierto) e incluso hubo un advenedizo que con minoría absoluta le quiso plantear al todopoderoso gobierno de Felipe una moción de censura. Por eso Fraga se quedó a dos palmos de pisar la tierra prometida (el anhelado poder) y fue su sucesor Aznar quien la holló con todo el derecho, después de haber puesto firmes a la tropa y haber expulsado a los díscolos (a alguno de ellos lo veríamos después con los filisteos, convertido en "amigo del pueblo filisteo"). Hoy por hoy, pues, la derecha es una alternativa democrática de gobierno tan legítima como las demás.

Sin embargo, si miramos del otro lado, resulta que después de 40 años (éstos sí) de travesía del desierto, la izquierda vuelve con el ideario de siempre. El mismo de Largo Caballero e Indalecio Prieto. El mismo de Pablo Iglesias ("acataremos la legalidad cuando nos convenga; cuando no nos convenga no lo haremos"). Al igual que al régimen franquista, la crítica les provoca una dolorosísima urticaria, que tratan de calmar con el remedio de siempre: "es que la derecha sólo sabe crispar". La izquierda actual sigue peleando contra Franco (y sigue perdiendo, aunque esté en el Gobierno: sólo así se explica que el gobierno organice manifas contra la oposición). De forma urgente, un médico tendría que prescribirles esa transición que tanto necesitan (su pasado es de todo menos democrático).

No menos recomendable es esa segunda transición para los nacionalismos. Después de 40 años de travesía del desierto, el nacionalismo llega a las puertas de la democracia con el mismo ideario de Sabino Arana en el caso vasco o con la misma idea de la "Arcadia feliz" de Joan Maragall y de Prat de la Riba. Claro que en el caso vasco tuvieron que "maquillarlo" un poco para que pasara por democrático: las teorías racistas de Sabino se sustituyeron por la discriminación lingüística, que en el fondo viene a ser lo mismo pero "más fino", más "a lo Neguri". En Catalunya no hubo ese problema: cuando Franco, la oligarquía catalana hablaba catalán en la intimidad; y a los cuatro días de proclamarse el Estatut, cualquiera que hablara castellano era declarado un paria por esa misma oligarquía.

Y aunque esto pueda parecer una "herejía", ETA es el último residuo del franquismo, bien que ahora travestidos en mafia de asesinos a sueldo, perdida ya toda esperanza de que la ideología los salve de la di-solución final...

No nos hable de "franquistas", señor Polanco. Usted es el último de ellos.

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