10 de mayo de 2006

¡Viva México, c...!

Iniciamos esta nueva etapa del blog desde México lindo y querido. El tema es que siempre que cojo el avión (mira, como si lo cogiera tantas veces, jeje) ha de ocurrir algo. Esta vez fue que se averió el avión que nos tenía que llevar y nos embutieron en otro más pequeño, con menos autonomía y etc. etc... (explicaciones de la compañía: decididamente, viajar de pobre tiene sus desventajas). El caso es que en vez de tardar las 10 horas de rigor, llegué a Toluca a las 5:30 de la mañana (unas 6 horas más tarde de lo previsto). Sin contar con que en Toluca la "cinta de transporte de equipaje" es completamente manual: y con qué cariño trataban los maleteros el equipaje. Y luego el perro, que olisqueó por si había costo. Y a las 7 de la mañana, por fin, me pongo en camino hacia Morelia, estado de Michoacán, ciudad a la que llego 3 horas más tarde.
Pues lo dicho: ¡Que viva México, cabrones!

1 de mayo de 2006

Glamour rojo

(Traducción libre del artículo de Jeff Jacoby aparecido en el Boston Globe de 30 de abril de 2006 y corregido el 15 de julio de 2007)

En enero de 2005 se pudo ver al príncipe Harry de Inglaterra yendo a una fiesta de cumpleaños disfrazado de nazi. Cuando el diario londinense The Sun publicó las fotos del príncipe embutido en un uniforme del Afrika Korps alemán y una esvástica en el brazo, hizo estallar la indignación y la repugnancia de todo el mundo. En crueles editoriales, los periódicos tildaron al príncipe de “capullo ignorante e insensible”; meses después, todavía se está disculpando por haber llevado ese disfraz de tan mal gusto. “Fue una cosa muy estúpida”, dijo en septiembre. “He aprendido la lección”.

Un ejemplo más reciente de esta moda totalitaria lo tenemos en Tim Vincent, corresponsal neoyorquino de la revista de la NBC sobre noticias y espectáculos Access Hollywood. Dos veces en las últimas semanas, Vincent ha aparecido en televisión llevando una cazadora abierta, por debajo de la cual lucía una camiseta roja, en que se veían ostentosamente marcados en dorado una gran estrella roja, una hoz y un martillo, los conocidos símbolos del comunismo totalitario.

¿Y cuál fue la reacción general ante estos símbolos de crueldad y muerte convertidos en el último grito de la moda yuppie? ¿Furor? ¿Indignación moral? ¿Editoriales salvajes?

Nada de eso.

Busque “hoz y martillo” en cualquier tienda online y encontrará montones de productos adornados con los símbolos marxistas: camisetas, gorras, vistosos brazaletes, llaveros, posters de Lenin y hasta petacas del Kremlin soviético de acero inoxidable.

La “glamourización” del comunismo se ha extendido por todo el mundo. En la calle Cuatro Oeste de Manhattan, el popular KGB Bar es conocido por sus lecturas literarias y sus posters de propaganda soviética. En Los Ángeles, la tienda La-La-Ling (*) vende ropa infantil con la cara del Che Guevara, el esbirro más conocido de Fidel Castro. En la House of Mao, un popular restaurante de comida rápida de Singapur, los camareros, vestidos con el traje Mao, sirven Pollo Larga Marcha y un enorme retrato de Mao cubre por entero una de sus paredes.

¿Cómo se puede explicar este glamour rojo? ¿Cómo es posible que personas que ni en sueños entrarían a tomar una copa en un bar llamado "GESTAPO" lo hagan alegremente en uno llamado "KGB Bar"? Si es comúnmente aceptado que la esvástica es símbolo indiscutible de la maldad más indescriptible, ¿acaso pueden serlo menos la hoz, el martillo y otros símbolos comunistas?

Entre 1933 y 1945 los nazis masacraron a 21 millones de personas, pero la pesadilla comunista ha durado mucho más y el número de víctimas que ha causado es mucho, mucho más elevado. Desde 1917, los regímenes comunistas han enviado a la tumba a más de 100 millones de personas (y en lugares como Corea del Norte sigue ocurriendo). El historiador R. J. Rummel, experto en genocidios y asesinatos en masa ordenados por Gobiernos, calcula que sólo en la Unión Soviética se asesinó a 62 millones de personas: “Jóvenes y viejos, sanos y enfermos, hombres y mujeres, incluso niños y deficientes. Todos ellos asesinados a sangre fría. No combatieron en la guerra civil; no eran criminales. Efectivamente: casi todos ellos eran culpables… de nada”.

Aún ahora, el comunismo raramente suscita el aborrecimiento que evoca el nazismo. Convenimos en que la esvástica del príncipe Harry estaba fuera de lugar; sin embargo, la hoz y el martillo de Tim Vincent se consideraron “de moda” y “guays”. ¿Por qué?

Hay varias razones. La primera de ellas es que durante la Segunda Guerra Mundial la Unión Soviética luchó al lado de los Aliados para destruir el régimen nazi. Cierto que la Segunda Guerra Mundial dio paso a la Guerra Fría, pero la alianza entre Moscú y los Estados Unidos creó en muchos la convicción de que cuando fuera necesario, los comunistas estarían de nuestro lado.

En segundo lugar, los nazis no ocultaron nunca su odio. Su discurso dejaba clara una sola cosa: el odio hacia los judíos y otros Untermenschen (infrahombres). Creían que un Señor Ario iba a dominar el mundo. Por el contrario, los movimientos comunistas enmascararon su carácter despiadado apelando al pacifismo, a la igualdad y al fin de la explotación obrera. El mito persiste porque, en definitiva, “el comunismo es una ideología realmente noble, que nunca se ha llevado a la práctica adecuadamente”.

En tercer lugar, los excesos de Joseph McCarthy perjudicaron al anticomunismo honrado. La violenta reacción de muchos periodistas e intelectuales ante esos excesos fue negarse a ser delatores de aquellos colegas que pudieran tener alguna simpatía por el comunismo (lo que en los USA se dio en llamar red baiting), de tal suerte que, como resultado, liberales de toda la vida encontraron sumamente difícil manifestar en voz alta una firme postura anticomunista.

Pero quizá el argumento más sólido es el más simple: visibilidad. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando los fotógrafos entraron en los campos de exterminio nazis y registraron lo que habían visto, el mundo tuvo una impresión indeleble de los crímenes nazis. Sin embargo, ningún ejército liberó jamás al gulag soviético, o detuvo las masacres maoístas. Si hay fotos de esas atrocidades, sólo unos pocos las han visto. Las víctimas del comunismo acostumbran a ser invisibles; y el sufrimiento que no se ve, es sufrimiento que nadie tiene en cuenta.

¿Glamour rojo? La sangre de 100 millones de personas clama desde sus tumbas. Llevar los emblemas de sus asesinos no sólo no es ir a la moda; es lo último en cuanto a mal gusto.

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(*) En el momento de traducirse este artículo podían encontrarse dichas camisetas en el sitio web. En el momento actual, ya no es posible.


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