Yo creo que el bueno de mi amigo Daniel es un poco gafe. Me explico. Cada vez que él me dice «no tienes nada de qué avergonzarte como catalán» yo le creo, sinceramente; pero no pasan dos días o un breve lapso de tiempo y ya hay algo de qué avergonzarse. No recuerdo a cuenta de qué me lo comentó la primera vez; pero al cabo de una semana ocurrió lo de la vergonzosa comparecencia de Francisco Caja en el Parlament. Y digo vergonzosa no por él, puesto que le asistía el derecho de presentarse a esa noble Cámara con el aval de las correspondientes 50.000 firmas. Vergonzosa lo fue por la actitud de sus señorías, los de la ceba y los de la otra: de 135 escaños quedaron nada más que 11; e incluso, más de un señoría agarró un oportuno catarro que le impidió asistir a la sesión de marras.
Estoy seguro de que mientras escribía su penúltimo post, en el que nos cuenta que Cataluña empuja hacia Aragón, en una curiosísima inversión de la Historia, pensaba que los catalanes como yo no teníamos por qué avergonzarnos de ser catalanes. Pues otra vez va a ser que no. Este verano hemos tenido que asistir con cara impertérrita y de circunstancias a un espectáculo bastante lamentable. O sea: de cómo a un senyor llamado Joan Puig, que por su aspecto debería ponerse a la cola porque se acerca el día de San Martín, se le «ocurrió» llamar «malnacidos» a los habitantes de la por muchos títulos noble región de Extremadura. Tampoco dice mucho a favor del presunto seny català que ese señor no fuese fulminantemente relevado de todos sus cargos y expulsado a perpetuidad de su partido.
La realidad sigue siendo tozuda, amigo Daniel. Y sigo teniendo motivos para avergonzarme, aunque éstos pertenezcan a la vergüenza ajena. Otro senyor de por aquí, Salvador Sostres, se ha descolgado con lo del «genocidio de la conquista de América». Lo del senyor Puig es malo, pero es lo que tiene no tener dónde caerse muerto fuera de la política: hay que hacer méritos. Lo del senyor Sostres, en cambio, tiene más delito, porque su familia vive –y muy bien, al parecer– de personas que compran en las empresas que ésta posee y que, también al parecer, no son catalans de soca-rel, ni mucho menos, sino de todas las partes de España.
Al margen de las bajanades de estos dos clowns de cuarta, todo parece muy bien preparado. Se lanza una boutade, como esa barbaridad de los niños extremeños. Naturalmente los extremeños, insultados en su honor e indignadísimos, se acuerdan unos del padre y otros de la madre del salvaje. El Gobierno extremeño anuncia una querella contra el susodicho. De todo esto, el salvaje y quienes están detrás de él concluyen brillantemente que «En España no nos quieren porque decimos la verdad».
Lo que sigue ya lo pueden adivinar ustedes. El resto de España empieza a pensar aquello de «con estos catalanes hay que tener mano dura». Y luego esa cantinela de «España no nos quiere» sirve, por arte de birlibirloque, como argumento para colocarse en el puesto más alto del podio de la insolidaridad. «Es que nos han ofendido», «es que nos roban», «es que…». Y todo eso deriva en «es que queremos ser independientes y no nos dejan», pensamiento que no compartimos ni mucho menos la mayoría de los catalanes. Aún más les digo a ustedes: me molesta sobremanera que me echen en el mismo saco que a los nazis quatribarrats que quieren imponer una lengua y una cultura a personas que por definición son pluriculturales (dos lenguas, dos culturas).
¿Se imaginan ustedes la polvareda que levantaría una imagen que llevase como leyenda algo así como «Adopta a un catborrego y sálvalo de la ignorancia. Ellos también lo merecen»? El catborrego, claro, con la cara cuatribarrada y haciendo el gesto de gritar contra España. Les confieso que no sé hacer eso con el Photoshop, esa maravilla que lo mismo agranda las tetas sin operación (que se lo pergunten a Keira Knightley) que nos trae a un ZP con la cara descompuesta; pero seguro que habrá alguien que sí se atreva. Sin embargo, tal vez lo inteligente sea no darles pie a que saquen la cantinela de «España no nos quiere» poniéndose a su nivel y responder al insulto con la correspondiente querella.
Así que al amigo Daniel le voy a «recomendar» que no me diga que «no tengo motivos para avergonzarme de ser catalán». Yo ya sé que lo dice con toda su buena voluntad; pero es que al rato, los hechos le desmienten. O tal vez tenga razón después de todo: quizá no tengo que avergonzarme de ser catalán, sino de estar obligado a compartir mi condición de catalán con semejante gentuza. Y ya ves tú lo que son las cosas: Joe Pilla-Pilla Montilla, siendo más xarnego que yo, ha llegado a Molt Honorable. De él abajo, pues, todos.
Por alusiones...
ResponderEliminarLo primero, Aguador, hay que distinguir entre los ciudadanos catalanes y su lamentable clase política. Yo me niego a identificar a los catalanes con Puig, Carod-Rovira, Sostres, Oleguer y otros sujetos de pensamiento único, intolerantes y con tics fascistas, escasitos de educación pero sobrados de prepotencia.
Prefiero seguir identificando Cataluña con aquellos que superaron la visión tribal de vía estrecha, las llamadas a la raza, la sangre y las cuatro barras, para convertirse en genios universales, como Gaudí o Salvador Dalí, o en artistas reconocidos a nivel mundial como Montserrat Caballé o Xavier Cugat.
La mayoría de catalanes no son como Puigcercós o Xirinacs, al contrario. Boadella dijo ya que cuando durante el franquismo Madrid languidecía como una gris capital burocrática, Barcelona florecía por su espíritu moderno y abierto al mundo. Hoy, Cataluña vive encerrada sobre sí misma, con unos políticos instalados en el victimismo cuya única cualidad visible consiste en sembrar odio de Cataluña hacia el resto de España y viceversa.
Lo siento pero debo insistir: No te avergüences de ser catalán. Que se avergüencen ellos, por lo que están haciendo a su país, su gente, su cultura y su historia.
Un saludo
Amigo Daniel:
ResponderEliminarMe reconforta que haya gente como tú que piensa que "no todos somos iguales" y que no me mete en el mismo saco que a los indecibles Carod, Puig-merdós, Sostres, Puig-a-secas, etc.
Claro que también me deja temblando, porque ya verás dentro de unos días. Algo harán los de la ceba que obligará a los "catalanes normales" a sonrojarnos...
xDDDDDDD
Saludos,
Aguador
Cataluña es una maravillosa tierra en la que yo viví 6 años de mi vida, poblada por gente maravillosa, y que sufre el cáncer de un nacionalismo radical que aplasta muchos principios y valores.
ResponderEliminarEstos tipos están ganando. Es una auténtica desgracia.
Hombre, eso de que los catalanes no son independentistas... CiU ha gobernado bastantes años y ahora lo hacen PSC y ERC que no hay mucha diferencia entre ellos. Si esa gentuza gana en esa CCAA, es que los catalanes lo quieren, sino, votarían a Ciudadanos. No digo PP porque no se sabe ni lo que son. Aunque después de apoyar que en Palafreguell (o algo asi) se pusiera por el 11S la bandera independentista catalana me espero cualquier cosa
ResponderEliminarAmigo Mike:
ResponderEliminarEs mucho todavía lo que se puede salvar. Pero después de tantos años de desidia y de abandono, lo que sería necesario es un gran pacto entre P(SOE) y el PP (cualquiera que sea hoy el significado de esas siglas) al efecto de modificar la Ley Electoral y aislar a los nacionalistas, que se están demostrando como un verdadero cáncer para la nación. Lástima que ese pacto, por muy necesario que sea, hoy en día es política-ficción...
Amigo Joven Madrileño:
Hay más gente de la que se piensa que, si se le explica bien, verán la barbaridad de la "independencia". Pero aquí hay un tufo muy perceptible que se huele en las dictaduras y no hay mucha gente que alce la voz por miedo. Miedo, sobre todo a la muerte civil. A eso le sometieron a Boadella y por eso, imagino que con mucho dolor, tuvo que salir echando hostias del hogar de la tribu, donde ya no había sitio para él.
En cuanto a los demás... bueno, no somos héroes y muchos no nos podemos permitir decir: "Si me joden la vida, me voy a otra parte". Ya veremos en qué parará.
En cuanto al PP, sinceramente, no sé a qué juega Sánchez Camacho. Pero si a lo que juega es a hacerse querer de los nacionalistas, que no espere mi voto. La consideraré una progre más.