8 de marzo de 2007

La boca pequeña

Haciendo un repaso de lo que llevamos de legislatura, me he dado cuenta muy pocos son los que ahora dicen que aprueban a Zapo; o si lo dicen, lo hacen con la boca muy pequeña. No menos sorprendente es que muchos que en marzo del 2004 se definían como "socialistas" (a todo trapo, además, casi a muerte) se definen, tres años después, como "de izquierdas" y casi como quien no quiere la cosa.

Zapo ha sido una desilusión para bastantes más de los que tienen la sinceridad de admitirlo en público. Aunque esté mal que yo lo diga, a mí Zapo no me desilusionó. Yo ya sabía que su llegada a la Moncloa iba a ser peor que la invasión de los ultracuerpos y en ese sentido ha superado todas mis expectativas. Prácticamente no hay palo que haya tocado que no lo haya dejado peor, si es que no lo ha machacado.

Sin embargo uno, que es curioso (y a veces tiene su miaja de mala leche), pregunta. Y los fervorosos defensores de Zapo de antes del 11-M hoy, tres años despues, se enfadan si les recuerdan el "desliz". Le espetan a uno que "ellos no entienden de política" y casi es cuestión de amistad no insistir en el tema. Sin insistir, pues, uno se sonríe para sí puesto que no queda más remedio.

Pero no queda ahí la cosa: a veces no sólo se enfadan. A veces hasta contraatacan y te dicen: "Sí, pero Aznar hizo esto, lo otro y lo de más allá". Como si uno fuera exactamente la contraparte de un socialista fervoroso. Pero se equivocan: por desgracia, en política nada hay más inútil que el "fervor por la causa". Quizá es un defecto típicamente español: la famosa devotio iberica de la que hablaban los romanos se ha transformado en el "viva er Beti manque pierda", aunque el significado profundo, jondo, de la cosa sigue incólume tras el cambio de formas. Haga el partido de uno bien o mal, uno "es del partido hasta la muerte".

En cualquier caso, no me considero un fanático político. Puedo estar poco informado, puedo divagar; pero en lo posible, espero poder afirmar siempre que mi objetividad no está en venta y que no va al pairo de los acontecimientos. No tanto porque se la deba a nadie, sino porque me la debo a mí mismo. Y además: jugar al escondite con la propia conciencia es muy, pero que muy cansado.

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