Suscribo en toda su extensión el artículo que Cristina López-Schlichting escribe hoy en La Razón. El descubrimiento del monumento al 11-M debió continuar con el protagonismo de las víctimas del más horrendo atentado de la democracia. Debió haber continuado con el silencio y con el desolado solo de violonchelo desgranando las notas de El cant dels ocells, de Casals. Para recordarnos que por encima del ruido inane de las rencillas políticas de los vivos, están la soledad y el silencio de los muertos, de los que ya no volverán.
Sin embargo, el cristal de que está hecho ese monumento representa bien la fragilidad de la condición humana. Y como el cristal quebraron el necesario recogimiento y respeto a la memoria de los fallecidos en ese atentado. Volvieron a oírse las palabras "rojo" y "facha", las mismas que hace 70 años llevaron a la tumba aproximadamente a un millón de españoles. Pudo más el odio cainita que parece un cromosoma más de la esencia española, que el debido respeto a las víctimas del atentado terrorista. Víctimas, además, que lo fueron de toda edad y condición: blancos, negros, amarillos, españoles, latinoamericanos...
Pero voy a añadir algo más. El modus operandi habitual de la izquierda es la provocación, principio que si no viene en el capítulo primero del "manual del buen izquierdista", viene en la primera página del segundo. La izquierda sabe cómo (lleva muchos años haciéndolo) tirar la piedra y esconder la mano. Es López Garrido (apostrofado por su antiguo jefe Anguita como "felón") cuando dice que "la derecha se apropia de los símbolos nacionales". Es Pepiño cuando dice que "los manifestantes del sábado pasado representan la mitad de los muertos de la guerra de Irak" (mal vamos si hay que sacar a pasear la guerra de Irak a estas alturas) y otras "gracias", por decirlo amablemente. Es Rubalcaba cuando en una comparecencia de 60 minutos en la que tiene que explicar su política penitenciaria, se pasa 45 minutos hablando de la del PP de hace 9 años y los 15 minutos restantes tratando de esquivar las preguntas directas de un inmenso Zaplana (y de paso, haciéndole el trabajo sucio a Zapo).
Y hay más. Es la Universidad de Barcelona, declarando a Aznar "persona non grata" y agrediendo físicamente a quienes, como el profesor Francisco Caja, no comulgan con las ruedas de molino nazionalistas. Es la Universidad de Lleida, en la que finalmente Aznar no pudo pronunciar una conferencia porque una serie de "alborotadores de cuarta" se lo impidieron. Se supone que la Universidad es una institución donde debería estar garantizada sobre todo la libre circulación de ideas, donde todo aquello que respete la Constitución tuviera cabida y derecho a ser oído. Pues no.
Por lo general, la derecha es civilizada y cuando un señor de ideología contraria quiere protagonizar un acto público, como una conferencia o similares, suele optar por no hacer acto de presencia. La izquierda, no. La izquierda no puede tolerar que alguien ose discrepar del pensamiento único en el territorio que considera de su dominio y por eso trata de reventar cualquier propuesta "diferente". Por eso han ocurrido incidentes en Barcelona como el de junio pasado, en un acto convocado por Ciutadans. O el ataque del stand del PP en Lleida durante la Diada de Sant Jordi, poco antes. Podríamos tirar de hemeroteca y rastrear qué ocurre cuando a la derecha se le ocurre hacer algo distinto de quedarse en casa, de rodillas y con el culo apretado. Tendríamos para un buen rato.
Me he permitido todo este gran rodeo a cuenta de la actitud de algunos a quienes no cuesta nada provocar. Y de la de otros que se han cansado de agachar la cabeza y poner la otra mejilla. No importa quién empezara. Por encima de todo eso estaban las víctimas y el monumento. Y la música de Pau Casals.
El mejor monumento que se puede hacer a las víctimas, para respetar su memoria y devolverles su dignidad, es exigir justicia. Es trabajar sin descanso para que finalmente sepamos la verdad de lo que ocurrió en esos nefastos días de hace tres años. Algo que el Gobierno ha demostrado sobradamente no estar dispuesto a hacer.
Descansen en paz las 192 personas que fallecieron el 11 de marzo de 2004. Y ni "tus muertos" ni "los míos".
Sin embargo, el cristal de que está hecho ese monumento representa bien la fragilidad de la condición humana. Y como el cristal quebraron el necesario recogimiento y respeto a la memoria de los fallecidos en ese atentado. Volvieron a oírse las palabras "rojo" y "facha", las mismas que hace 70 años llevaron a la tumba aproximadamente a un millón de españoles. Pudo más el odio cainita que parece un cromosoma más de la esencia española, que el debido respeto a las víctimas del atentado terrorista. Víctimas, además, que lo fueron de toda edad y condición: blancos, negros, amarillos, españoles, latinoamericanos...
Pero voy a añadir algo más. El modus operandi habitual de la izquierda es la provocación, principio que si no viene en el capítulo primero del "manual del buen izquierdista", viene en la primera página del segundo. La izquierda sabe cómo (lleva muchos años haciéndolo) tirar la piedra y esconder la mano. Es López Garrido (apostrofado por su antiguo jefe Anguita como "felón") cuando dice que "la derecha se apropia de los símbolos nacionales". Es Pepiño cuando dice que "los manifestantes del sábado pasado representan la mitad de los muertos de la guerra de Irak" (mal vamos si hay que sacar a pasear la guerra de Irak a estas alturas) y otras "gracias", por decirlo amablemente. Es Rubalcaba cuando en una comparecencia de 60 minutos en la que tiene que explicar su política penitenciaria, se pasa 45 minutos hablando de la del PP de hace 9 años y los 15 minutos restantes tratando de esquivar las preguntas directas de un inmenso Zaplana (y de paso, haciéndole el trabajo sucio a Zapo).
Y hay más. Es la Universidad de Barcelona, declarando a Aznar "persona non grata" y agrediendo físicamente a quienes, como el profesor Francisco Caja, no comulgan con las ruedas de molino nazionalistas. Es la Universidad de Lleida, en la que finalmente Aznar no pudo pronunciar una conferencia porque una serie de "alborotadores de cuarta" se lo impidieron. Se supone que la Universidad es una institución donde debería estar garantizada sobre todo la libre circulación de ideas, donde todo aquello que respete la Constitución tuviera cabida y derecho a ser oído. Pues no.
Por lo general, la derecha es civilizada y cuando un señor de ideología contraria quiere protagonizar un acto público, como una conferencia o similares, suele optar por no hacer acto de presencia. La izquierda, no. La izquierda no puede tolerar que alguien ose discrepar del pensamiento único en el territorio que considera de su dominio y por eso trata de reventar cualquier propuesta "diferente". Por eso han ocurrido incidentes en Barcelona como el de junio pasado, en un acto convocado por Ciutadans. O el ataque del stand del PP en Lleida durante la Diada de Sant Jordi, poco antes. Podríamos tirar de hemeroteca y rastrear qué ocurre cuando a la derecha se le ocurre hacer algo distinto de quedarse en casa, de rodillas y con el culo apretado. Tendríamos para un buen rato.
Me he permitido todo este gran rodeo a cuenta de la actitud de algunos a quienes no cuesta nada provocar. Y de la de otros que se han cansado de agachar la cabeza y poner la otra mejilla. No importa quién empezara. Por encima de todo eso estaban las víctimas y el monumento. Y la música de Pau Casals.
El mejor monumento que se puede hacer a las víctimas, para respetar su memoria y devolverles su dignidad, es exigir justicia. Es trabajar sin descanso para que finalmente sepamos la verdad de lo que ocurrió en esos nefastos días de hace tres años. Algo que el Gobierno ha demostrado sobradamente no estar dispuesto a hacer.
Descansen en paz las 192 personas que fallecieron el 11 de marzo de 2004. Y ni "tus muertos" ni "los míos".
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