Cuántas veces no habremos oído que la casa —o, más exactamente, el hogar— suele estar a salvo de las miradas ajenas. Así lo certifica la expresión «lavar los trapos sucios en casa», lejos de las miradas curiosas, interesadas, malvadas o morbosas de la gente. Cada casa —cada hogar— parece ser un reducto en que frecuentemente se impone una ley que no siempre coincide con la de puertas afuera. Si alguien se atreve a mirar, decimos: «En mi casa mando yo», «en mi casa hago lo que me da la gana» y eso suele bastar para disuadir al curioso de indagar más. Marcamos todos nuestro lebensraum, en el cual nadie puede penetrar sin permiso salvo el Estado —y aún éste, a regañadientes—. Y nos despreocupamos, pues harto trabajo tenemos con llevar nuestra vida adelante.
Dicha inviolabilidad ha provocado, entre otros efectos, que la gente «se preocupe de sus asuntos» y «no se meta donde no debe». Para justificarnos, decimos: «Mientras pague su alquiler y no haga ruido, no me importa lo que haga en su casa». No importa quién sea, de dónde viene o qué hace para ganarse la vida: mientras no perturbe exteriormente la vida de los demás vecinos, a nadie le importa.
Sin embargo, la realidad no va en el mismo sentido. Aparece en los periódicos la noticia de que una persona asesina a su pareja cosiéndola a puñaladas o de cualquier otro modo que el sadismo pueda imaginar. Nos horrorizamos —reacción estereotipada—. Pero llama la atención un detalle: los reporteros y los periodistas preguntan a los vecinos. Muchos no quieren salir o siquiera dar su opinión ante las cámaras: «no es asunto suyo», «no quieren problemas». Los que sí salen suelen decir: «Sí, había frecuentes discusiones a altas horas de la noche». O tal vez: «Nunca se les oyó una palabra más alta que otra». Pero también, y más de una vez: «Se veía venir...»
La cuestión ha dado una vuelta de tuerca más con el «asunto Josef Fritzl». Obviamente, si supiéramos que en nuestro barrio se iba a instalar un pederasta padre de sus propios nietos nos opondríamos con todas nuestras fuerzas, ¿no es así? Sin embargo, en el barrio de ese hombre la clave está en que nadie conocía a nadie. Nadie hablaba con nadie. Ni siquiera su mujer parecía saber qué ocurría en el sótano. ¿Cómo iban a oponer resistencia alguna? Luego se ha sabido que Herr Fritzl hasta se fue de vacaciones a Tailandia, al parecer paraíso oficioso de la pedofilia, gracias al alto nivel adquisitivo de que gozan los ciudadanos austríacos medios.
No sé hasta qué punto una persona ajena al caso podría intervenir, por ejemplo, llamando a la policía en caso de haber discusión. El problema, sobre todo en el caso de los malos tratos, es que si estamos ante delitos perseguibles únicamente a instancia de parte, si la víctima no denuncia o perdona después de haber denunciado, los poderes públicos tienen las manos atadas. Tampoco es fácil trazar la frontera entre el mero interés, la curiosidad y el chismorreo. Pero lo que sí me parece claro es lo que decía John Donne:
Ningún hombre es en sí
equiparable a una isla;
Todo hombre es un pedazo del continente,
una parte de tierra firme.
Las otras circunstancias —el horror del encierro, la violación continuada de su hija— son añadidas para recordarnos lo lejos que puede llegar la mente enferma cuando se cree a salvo de toda vigilancia. Lo importante es que una sociedad en la que la palabra se reserva es una sociedad enferma, así sea una nación, una región, una ciudad, un barrio o una casa. El silencio puede proporcionar una apariencia de normalidad, pero nunca ser una excusa para dejar que ocurran crímenes como éstos. Y la consecuencia es que no vivimos en compartimentos estancos cuando hay alguien que está sufriendo. Somos interdependientes.
No sé qué va a decidir la justicia austríaca sobre el horrendo crimen que ha cometido este señor, que ya tiene 73 años. Pero si existe una justicia divina —como yo creo que existe—, este hombre tendrá que sufrir mucho. Por de pronto, prefiero pedir por sus hijos-nietos. Que puedan llegar a la edad adulta con la menor cantidad de secuelas posibles y que Dios y las buenas gentes los iluminen para que lleguen a ser personas de provecho para ellos mismos y para su sociedad.
Es cierto, cada cual en su casa es inviolable, mientras respete la ley y no moleste a los vecinos, pero cada derecho conlleva una obligación, la de preocuparnos de lo que oase en nuestro barrio. Denunciar los posibles delitos,con responsabilidad. Cada vez estamos mas interconectados y mas solos. Las palabras de John Donne son cada vez mas válidas
ResponderEliminarSaludos
Amigo Ulysses:
ResponderEliminarEso es precisamente lo que yo planteo en el post, sin ánimo de dar una respuesta (no la tengo): ¿dónde está el límite? ¿Hasta dónde debemos "meternos en nuestros propios asuntos" o saltarnos la regla para ayudar a alguien? ¿Tan insensibles somos, que vemos como acuchillan a alguien en la calle y no somos capaces de ayudar "por no meternos en problemas"?
Saludos,
Aguador
A veces no se hasta donde puede llegar el ser humano, ni la sociedad en si. A veces supongo que no denunciamos algo por no meternos en líos, otras veces porque pasamos, y como a nosotros directamente no nos afecta... pasamos. Pero, como bien dices, no somos islas, y es muy triste todo esto, nuestro aislamiento, nuestro 'con tal de que no me toque a mi'. Los trapos sucios se lavan en casa, pero hay trapos que hay que airear: los malostratos entre ellos, y si la persona que los sufre no lo puede hacer por mil motivos, los demás no podemos pasar, tenemos que actuar.Y este ejemplo sirve para todo.
ResponderEliminarUn saludo (en esto también estamos de acuerdo)
Muy buen post. En especial, quisiera comentar que me parece un poco difícil no culpar a la mujer. No leí mucho sobre el asunto porque me repugna, pero otros han comentado lo siguiente: "Cuando él viajaba a Tailandia, ¿quién daba de comer o quien atendía a la hija?". Aún no he podido comprobar ese detalle, pero de todos modos, ahí queda.
ResponderEliminarLo cierto es que estamos en una sociedad en la que lo que prima es el bienestar de uno, lo que le pase a los demás no es asunto propio sino ajeno pero, para comentar si se van a divorciar, si compraron un coche, si no limpia los cristales...para eso si que es asunto nuestro.
ResponderEliminarEsto me recuerda a un día que fuimos a cenar mi novio y yo a un restaurante de Santa Cristina (a las afueras de Coruña) y después dimos un paseo y nos encontramos con una pareja que estaba discutiendo fuertemente, había mucha gente paseando pero nadie hizo ni dijo nada, cuando la mujer desesperada pidió ayuda solamente un señor y mi novio se prestaron.
Y digo yo ¿Si fuera una amiga, familiar, conocida... no te gustaría que alguien la ayudara? Si, pues empecemos a emplear la mentalidad de no hacer lo que no quieras que te hagan a ti. Otro gallo nos cantaría.
También pienso que tendrá que pagarlo muy caro.
¿Hipócrita o indiferente? ni lo sé ni me importa.
Un Saludo.