6 de junio de 2008

El caso Federico

Hace ya bastantes días que Federico Jiménez Losantos está en el candelero. Por activa o por pasiva, se habla de él: se le idolatra, se le odia a muerte, se le alaba, se le vitupera. Eso sí, a nadie deja indiferente y, al parecer, hablar de él es prácticamente tomar postura no solamente ante él, sino ante la vida en general (ésta y la del otro lado). ¿Te gusta Federico? Eres un facha, un ultramontano, un meapilas, un crispador, un mentiroso, un favorecedor de asesinos... ¿No te gusta Federico? Entonces eres un rojo, un masón, un enemigo de la libertad, un comecuras, un lameculos de Pepiño y de la Vogue... Dos retratos robot que se dan de tortazos, como en la paz de España de toda la vida (alguien dijo que cuando no teníamos con quién pelear, nos peleábamos entre nosotros)…

Quizá el pecado de Federico es la pasión con que él vive las noticias que da. Es exactamente lo opuesto al difunto Juan Antonio Fernández Abajo retransmitiendo un partido de fútbol (los que tenemos alguna edad recordamos aquellos muermos de retransmisiones, dicho sea con disculpa para el finado, que valdría para otros menesteres periodísticos pero no para Deportes). Esa pasión que a veces le arrastra y que, por supuesto, le hace destacar en medio de la sumisión lanar de otros medios a lo que viene de arriba, o sea del Miniver.

Bien es cierto que Federico a veces chirría y que en los últimos tiempos (o penúltimos) convirtió a Gallardoncito en su bête noire: no le nombraba sino para atacarle y muchos empezamos a creer que el asunto ya no era solamente crítica política sino querencia personal del comunicador, por mucho que el otro mereciese los ataques. Pero por lo general, Federico suele dar en el blanco, con el consiguiente cabreo de los afectados (así pertenezcan al P(SOE), al ex-PP, a otros colegas lanares... la lista es bastante larga).

Y ahora Federico, digno representante de la oposición mediática (digo mediática, porque política aún no la hay digna de tal nombre, con la honrosa excepción de Rosa Díez), al que ni Prisa ni el hoy todopoderoso Jaume Roures pueden acallar, ha sido sentado en el banquillo por Gallardoncito. ¿Por qué? Por decir la verdad. Cuando es peligroso decir la verdad, siquiera ocurra ello en un corrillo de ciudadanos, es que verdaderamente estamos ante una dictadura.

¿Debería sorprendernos que Gallardoncito haya sentado a Federico en el banquillo de los acusados? No nos dejemos engañar por su adscripción actual. Gallardoncito sólo pertenece a su propio partido, que es él mismo, y ha pactado una alianza con el PP para ganar y mantener poder. Lo mismo que anteriormente fue secretario del Fragasaurus Rex, ése que no se resigna a alimentarse de morriñas y saudades en su provecta edad (el poder es una droga dura). Por algo Aznar le tuvo confinado en la Alcaldía de Madrid, mientras pudo. Sin embargo, Gallardoncito ha compradreado con todo el mundo, incluso con amistades peligrosas como la de Juan Luis Cebrián, que parece ser su consejero áulico. Todo por el poder.

El dedo acusador de Federico se levantó contra él y, a pesar de la querencia personal, Federico tiene al menos su parte de razón. No es de recibo que el alcalde de una ciudad que ha padecido el atentado más sangriento de Europa diga que «hay que obviar el 11-M» y que «hay que mirar hacia el futuro». Como tampoco lo es llevar a juicio a quien le afea esas frases. Y máxime cuando quien habla no es solamente comunicador, sino también víctima del terrorismo (sí, Terra Lliure era una organización terrorista) de hecho y de derecho.

Luego, Federico está en su derecho de decir que lo de menos es el motivo por el cual está acusado, sino que se trata de un juicio político, en el que Gallardoncito «usa» a Federico para «mostrar sus poderes» y en el que probablemente también, alguien que no es bueno que dé la cara «usa» a Gallardoncito para escenificar la demanda, pues hacerlo por sí descubriría el pastelazo.

Al margen de estas consideraciones de carácter más o menos político, quizá también esté Federico en lo cierto cuando dice que si hay sentencia condenatoria contra él, la libertad de expresión se verá un poco más cercenada. Y sentará precedente, por supuesto. Un precedente más en la larga vuelta al cierre gubernativo (es decir, sin necesidad de autorización judicial) de los medios de comunicación u opinión hostiles. Lo que hacía Franco, ¿recuerdan? Lo cual significará que los blogs que nos dedicamos a observar la realidad, contarla tal cual la vemos y valorarla, tendremos que cerrar. O andar con mucho cuidado. O simplemente hablar de las costumbres del ornitorrinco en la Australia profunda para que sobre nosotros no caiga el brazo justiciero de la censura zapatera. Recordemos a Martin Niemöller.

Der Fall Friedrich (no le acertaron el nombre, puesto que significa «el que gobierna para la paz») no está cerrado. Esperemos que siga así por mucho tiempo. Que entre tanta oveja es bueno que haya alguien que levante la voz y que con tozudez baturra se resista a que lo callen, ya se trate de periodistas lameculos o políticos ambiciosillos de epidermis exageradamente fina. Y no se arrugue, Federico: que por más que se haya perdido la esperanza, que no sabe o no se acuerda de dónde está, siempre le quedará su tozudez baturra y el aplauso agradecido de la AVT y de dos millones de oyentes. Va por usted, Federico...

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