10 de septiembre de 2008

Gaudeamus (non) igitur

Vuelvo hacia atrás la mirada y, aparte de ver los muros de la patria cayéndose a cachos (Quevedo sigue estando de actualidad, por mucho que algunos digan que «jugamos en la Champions Lig de la economía»), me detengo en lo que se puede decir que fue una de las mejores/peores etapas de mi vida: la universitaria.

Y me detengo al hilo de un artículo que el profesor Andrés Ollero escribió ayer en ABC sobre el «ser» universitario. Las cacicadas de las que da cuenta en dicho artículo no son en absoluto extrañas en mi experiencia. La formación de sectas universitarias, tampoco: nunca faltó el cátedro a cuyo alrededor pululaban becarios y profesores varios, tratando de hacerse bienquistos del pez gordo (él encantado siempre de haberse conocido, y ellos contentos con que el pez gordo se dignara otorgar un poco de lustre a sus miserables vidas). Quizá las cosas no llegaron hasta el punto de designar a un especialista en Historia del Derecho para dar clases de Derecho penal; pero sí puedo certificar la existencia de esa cortina entre Universidad y sociedad que la hace prácticamente impermeable a la acción de la justicia. Y añado más: un universitario (al menos en mi época) no podía montar el cirio ante una injusticia clamorosa, salvo que se diesen dos condiciones: a) que inmediatamente después de montarlo, uno pidiese el traslado de expediente a otra Universidad, so pena de verse porculizado (perdonen la vulgaridad) ad infinitum; o b) que de todos modos uno presentara la correspondiente demanda civil de responsabilidad por daños y perjuicios y que, enterado el Decanato de la Facultad correspondiente, el demandante fuese rogado de retirar la demanda «para no perjudicar el prestigio de la Universidad» y que «no se preocupara, que ya lo arreglaríamos».

Esto último ocurrió con un condiscípulo mío, inteligente y estudioso, que al parecer le entró por el ojo izquierdo a un profesor muy nacionalista (en realidad, un don nadie que vio en la afiliación nacionalista y la pertenencia a la tribu universitaria la oportunidad y la justificación para ejercer su chulería). El dicho profesor le suspendió y, ni corto ni perezoso, mi condiscípulo presentó una demanda de responsabilidad civil por daños y perjuicios. Enterado el Decanato, rápidamente se puso en contacto con este condiscípulo para que retirase la demanda y que, efectivamente, en septiembre las cosas se iban a arreglar. El profesor tuvo que pasar por el aro, pero su cacicada trascendió.

¿Cuál fue el secreto de esta segunda vía? Que este condiscípulo mío es pariente cercano de uno de los VIPs de la ciudad (eso en provincias todavía viste mucho). Sin ese requisito sine qua non, esta persona podría haber dicho misa ante la injusticia. Así, muchos otros que no teníamos esa clase de parentesco o influencia nos tuvimos que ir por la parte de atrás.

También aquí, a mayor abundamiento, quiero recordar las revisiones de exámenes de otra asignatura. La lista de aprobados casi siempre cabía en un DIN A5 (orientación horizontal, se entiende, y un tamaño de letra de 10 o 12 puntos). La cola era muy larga en julio y larga en septiembre. Las revisiones nunca servían para aprobar (en todo caso, para bajar nota: ¿cómo iban a reconocer que se habían equivocado suspendiéndote?).

Recuerdo a otro condiscípulo mío, también muy trabajador y estudioso, que suspendió en junio el examen de esa asignatura. Fue a revisión y el profesor, según él nos contó a los amigos, no le hizo ni puñetero caso. Al final, con una sonrisa de oreja a oreja, le dio unas palmaditas en la espalda y le dijo, paternal y condescendiente: «Tienes que estudiar un poco más, X». Si después de estudiar como un esclavo (les puedo asegurar que este compañero se quemaba las cejas estudiando), suspendes, vas a revisión en estado de shock porque no entiendes por qué has suspendido, ¿acaso no es para partirle la cara al profesor el que te suelte esa frasecita? Huelga decir que por aquel entonces ese profesor parecía tener a gala que su asignatura contara con aproximadamente trescientos repetidores, y que de esos repetidores, unos cuantos se acercaran a la treintena (de edad). Ese profesor y el anterior citado consiguieron que la Universidad perdiese en dos años 2.500 alumnos.

No sé si el profesor Ollero estaría de acuerdo conmigo (la verdad es que honraría con su visita mi modesto blog), pero en mi modestísima opinión, personas así no merecen estar en la Universidad dando clases de nada. Por lo demás, le agradezco que publique artículos como ése. Para mí y quizá para muchos otros, ese artículo supone el desquite de muchas ocasiones de incomprensión familiar, del tipo «si has suspendido es porque no has estudiado lo suficiente». Y ojalá sea verdad lo que él desea: que algunos profesores acaben en el Juzgado. Por incompetentes y por prepotentes.

4 comentarios:

  1. Cuántas veces habré estudiado a conciencia una asignatura y al final te encuentras en el examen cuestiones que ni se han dado en clase ni están en el manual seguido a lo largo del curso. Los hay que se creen importantes por el número de personas que se cargan.

    Una vez un profesor con todo su morro, dijo: "hay cuestiones que en el examen no van a saber hacer porque no se han dado en clase". Curiosamente, ese examen sí lo aprobé, en una de las asignaturas con peor fama de la facultad.

    En otra asignatura, en donde los trabajos se hacen por grupos, a una chica que estaba en el mío y que nos proporcionó sus apuntes pasados a ordenador, le suspendieron entre otras cosas porque su trabajo estaba mal... Lo gracioso es que a nosotros nos dijeron que el trabajo estaba bien. Curioso al ser el mismo. Lo que pasa es que se corren rumores sobre que a los profesores les dieron un toque de atencion porque aprobaba todo el mundo...

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  2. Joven Madrileño:

    Totalmente de acuerdo. Incluso te diré que eso de tener repetidores forma parte de la "fama" del profesor (pobre concepto si se basa en eso). Pero supongo que en todas las Universidades se cuecen habas (y en la de uno, a carretadas xD).

    Saludos,
    Aguador

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  3. Y, sin embargo, yo creo que no puede haber mayor orgullo para un profesor que el de que todos sus alumnos aprueben su asignatura. Ése debería ser el mejor reconocimiento a un trabajo bien hecho, la prueba de que logras transmitir, si no pasión, al menos interés general por la asignatura que uno imparte.

    saludos

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  4. Estoy completamente de acuerdo contigo, Nika. ASÍ es como deberían ser las clases. Que el profesor azuzase la sed de conocimiento de sus alumnos. Pero eso ya no sé si se hace en alguna parte: los alumnos sólo quieren el título, no quieren APRENDER.

    En fin...

    Saludos,
    Aguador

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