He tratado de encontrar una palabra más suave que defina lo que siento en estos momentos por nuestra clase política. Tal vez debería añadir vergüenza, pero estimo que la vergüenza se halla comprendida en el término anterior.
Me preguntarán ustedes el porqué de este exabrupto. Por un lado, recordemos que desde hace 5 años y pico padecemos un desgobierno socialista cuyo mayor logro ha sido inyectar una buena dosis de psoriasis en la piel de toro. ¿Con qué finalidad? Por supuesto, esa finalidad no está madura para que los españolitos de a pie merezcamos enterarnos; pero a lo que parece, se trata sencillamente de ir borrando la memoria histórica tanto de la transición como de los llamados 40 años (el paréntesis franquista) y así «entroncar» con la idílica II República, que el mismo PSOE se cargó. Gobierna España un partido que no cree en España, sino en un extraño convoluto federal a medida de los sátrapas de cada región.
En cuanto al principal partido de la oposición, presunto recambio para el actual, está demostrando que no tiene –salvo honrosas excepciones– capacidad de reacción ante las manzanas podridas que se cuelan en su cesto. Grave es que esto se pueda afirmar del partido que gobierna; pero no menos grave es que se pueda afirmar del partido que aspira a sucederle y que además éste no reaccione con la debida celeridad (Rajoy ejerciendo de gallego: non se sabe si sube ou si baixa, ou si ven ou si vai).
La existencia de una casta política al estilo de la italiana parece un hecho que no necesita mayor demostración. Cierto que aquí no se escribirá (todavía) un libro como "La casta", de los italianos Rizzo y Stella; pero estamos hartos de ver como todo es puro teatro, un paripé. El paripé sólo deja de ser paripé cuando lo que está en juego son las poltronas de cada cual.
¿Y los ciudadanos? Desmovilizados. Deslumbrados con el circo, eso sí: los programas biliáceos para las señoras, el omnipresente fútbol para los señores (¿a quién carajo le importa que CR9 valga 90 millones de euros?) y entretenimiento siempre. Cuanto menos sepan los ciudadanos de lo que hacen los políticos, mejor. Y si alguien se atreve a preguntar, ¡querella al canto para callarle la boca! Vean, si no, el caso de las embajaditas de Carod. Se conceden a los embajadorcitos importes de hasta 12.000 euros sin justificar; la diputada del PPC Carina Mejías quiere saber por qué y Carod monta en cólera, y le planta una querella (por «difamación», suponemos). Viene a decirse que los ciudadanos no tenemos derecho a saber qué se hace con nuestro dinero. Los dominios de Carod son opacos a cualquier intento de investigación.
Pero quien dice los de Carod, dice también los de Chaves, que con el caso Matsa se ha cubierto de gloria. La oposición andaluza quiso tener acceso a la documentación del caso, y por no poder, ni siquiera pudieron llevarse copias de la documentación obrante. Tanto Chaves como Carod se han pasado por el arco de triunfo el art. 105 de la Constitución (y no le vale a Carod que "no se siente español y por tanto no cree que deba obedecerla"), así como el art. 35 de la Ley 30/1992, de 27 de noviembre.
En fin. Como decimos en Catalunya, «no hi ha un pam de net». Y da asco hablar de política. Eso, sin contar que en determinados sitios es peligroso para la vida o la integridad física posicionarse contra la satrapía correspondiente.
Poca cosa que añadir. Es un panorama desolador y una visión de España que compartimos muchos. No es desmovilización, es cansancio y decepción.
ResponderEliminarUn saludo.
Amigo Krugerrand:
ResponderEliminarNo sé si leíste el artículo de Francisco Sosa Wagner en El Mundo de ayer, pero vale la pena. Es más desolador que el mío.
Saludos,
Aguador
A propósito, puedes leerlo aquí.
ResponderEliminarSaludos nuevamente.