9 de noviembre de 2009

Hacia atrás

Los demócratas estamos hoy de enhorabuena. Celebramos que cayó el muro de la vergüenza, el llamado por Churchill Telón de Acero. Todos recordamos con emoción cómo se abrazaron los alemanes del este y del oeste en aquella jornada histórica. Hoy el muro no es más que un recuerdo siniestro y Alemania, reunificada, es el motor de Europa –todavía arrastra el lastre de la reunificación, pero lo importante es que sólo hay una clase de alemanes–.

Naturalmente, hay quien no celebra tan magna efemérides. Lógicamente, los comunistas. Paco Frutos, recién salido de la directiva del PCE, dice que «él no tiene nada que celebrar». Y José Luis Centella, su sucesor al frente de ese partido, afirma que «él no tiene que pedir perdón por los crímenes cometidos por los comunistas en el pasado».

Pero es normal que ésos «no tengan nada que celebrar». El derribo del muro es la constatación del fracaso del sistema político y económico que preconizan. De hecho, si hubiese sido un «buen» sistema, los ciudadanos de los países sometidos al yugo comunista hubiesen podido salir y entrar libremente, en vez de serles retenido el pasaporte (como en Cuba). Y no sólo eso: países que son miembros de pleno derecho de la UE hubiesen continuado con ese sistema. Hoy, por tanto, es el día en que ellos y sus compañeros de viaje guardan un silencio avergonzado.

En cuanto a «pedir perdón», ellos han exigido a los demás perdón por todo: a la Iglesia (por «la Inquisición», naturalmente), a la «derechona» (por los crímenes franquistas, cuando al parecer muchos comunistas figuraban como confidentes en los ficheros de la Policía)… En cambio, ellos nunca han pedido perdón por los millones de víctimas de los regímenes comunistas. Ni siquiera en 2006, cuando una declaración del Consejo de Europa que pretendía condenar esos crímenes fue rechazada por la entente izquierdista entre socialistas y comunistas.

Y en este punto se produce una curiosa bifurcación. Animados probablemente por el ejemplo alemán, que sólo en recientes fechas se ha enfrentado con su pasado nazi (lo demuestran películas como El hundimiento, que generó un gran debate público), algunos países del entorno ex-comunista han desenterrado la historia con la que durante mucho tiempo no tuvieron el valor de enfrentarse. Polonia no es solamente «Auschwitz» (o Oswiecim, en traducción polaca). También es Katyn, lugar donde fueron masacrados más de 20.000 oficiales polacos, tanto por rusos como por alemanes. Lo mismo Ucrania, en donde se está buscando la declaración de genocidio para las hambrunas provocadas por el régimen estalinista. En Georgia han abierto dos museos para recordar los horrores del régimen totalitario comunista.

Sin embargo, los rusos, extrañamente, no quieren saber nada de ello (cuando menos, los mandamases rusos). No quieren enfrentarse a la historia, que en estos casos absuelve muy poco y pone a todo el mundo en su lugar. Este artículo del renombrado historiador Henry Kamen es una caja de sorpresas. Pero también se puede entender la actitud: en el momento actual, en que el Gobierno ruso está apelando al nacionalismo más rancio para unir al país, el recuerdo del comunismo y de sus horrores ha de sentar como una patada en las narices.

Y el muro se derrumbó cuando cayeron las bases que lo levantaron y lo sostenían: la mentira y el terror. Cuando la gente dejó de creerse la propaganda con la que les habían engañado durante años y cuando dejaron de tener miedo. Sólo así se puede emprender un camino en libertad. Por eso hay que alegrarse. Porque muchos ciudadanos alemanes perdieron el respeto a las mentiras de sus dirigentes y perdieron el miedo. Sin embargo, no hay que olvidar que la lucha por la libertad es diaria, puesto que hoy día sigue habiendo personas, organizaciones, estructuras, etc., que sueñan con arrebatarnos esa libertad y convertirnos en esclavos fieles y a gusto. Que esta efeméride sirva para no olvidar eso.

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