He estado tentado de borrar el post anterior, en vista de las acertadas críticas que amablemente me han dirigido algunos amigos y colegas blogueros. Uno tiene la tentación, sobre todo cuando cae en la cuenta de que ha caído en la trampa de la doble argumentación progre (exponer una verdad y colarte la morcilla progre cuando tú estás todavía bajo el efecto de esa verdad). Sin embargo, es algo que no haré, por más que deje bien sentado que únicamente suscribo lo que de verdad tenga ese post que es, sin duda, la parte referida al dinero. Quizá hubiera debido de dejar un comentario de respuesta y punto; no obstante, después pensé que la extensión del comentario justificaba otro post. Pero vamos por partes, que dijera Jack el Destripador.
Lo primero de todo es decir que Forges tiene su parte de razón. Él «sitúa la acción» en 1979, cuando hacía ya un año que teníamos Constitución (ésa de la que dentro de tres días celebraremos su aniversario y en la cual, debido a sus diarias violaciones media España ha dejado de creer) y dos de democracia real. Pero también hubiera podido situarla en 1969 y no pasaba nada, vamos. Y casi con mayor motivo porque en 1969 aún no había estallado la crisis del petróleo (lo haría en 1973) y los egipcios aún se estaban lamiendo las heridas del garrotazo del Yom Kippur de 1967. Pero claro: el credo progre impide alabar al régimen franquista aunque hubiera hecho algo bien, por más que destacados progres de hoy fuesen los hijos del régimen de ayer. Que ya lo dice el tango: cuarenta años no es nada. Pero prosigamos.
Es muy difícil negar que quien gobierna realmente nuestras vidas hoy en día es el Banco. El sacrosanto Banco, que siempre crece. A mí me da rabia cuando sale por la televisión el presidente de una entidad bancaria (cuando los sacan por la televisión: el verdadero poder no suele aparecer mucho por los medios), con gesto compungido disimulado o sin disimular «reconociendo» ante los accionistas reunidos en Junta General que «en este ejercicio económico hemos crecido un dos por ciento menos que en el ejercicio anterior y sólo hemos ganado mil millones de euros». Oiga, amigo: me toma usted el pelo, ¿verdad? ¡¡Sólo mil millones de euros!! ¿Y de cuánta sangre, sudor y lágrimas de mileurista están formados esos mil millones? Puede sonar demagógico, pero claro: te salen con el argumento de que un Banco no es una Hermanita de la Caridad y parece como que el hecho de que las empresas existan única y exclusivamente para ganar dinero es definitivo y que no hay progre que lo enmiende (entre otras razones, porque no son pocos los progres que tienen buenas cuentas corrientes, aquí o en el extranjero). En fin, que suena como lo que en estas fechas está ocurriendo (primeros de mes, claro): del Banco vienes y al Banco has de volver.
Resumiendo esta parte, digamos que efectivamente es muy difícil que hoy un joven recién salido de la Universidad (algún día hablaremos de la Universidad), trabajando en algo para lo que no se preparó y cobrando bastante menos de lo que cobraría si trabajara en algo relacionado con lo que estudió pueda independizarse así, por las buenas. Hasta aquí, toda la razón al señor Forges. La morcilla progre está muy bien disimulada, en la última frase de su artículo:
[… ]La ley del libre mercado puede establecer el precio de los televisores de plasma al precio que quiera (yo no los compraré)... pero nunca tuvimos que permitir que esa misma ley fijara el precio de la vivienda, porque todos necesitamos vivir en una y no todos podemos pagarla. Los jóvenes, incluso aquellos que tenemos estudios superiores, no podemos competir'.
Aquí entraríamos en la segunda parte de la argumentación, que es de paso la parte más progre del post y por la que casi «pido disculpas». Según la argumentación el mercado es malo malísimo para regular los precios. Esto es lo que dicen los neokeynesianos y los marxistas, cada uno por diferentes razones, claro está. Los neokeynesianos desconfían del mercado porque siempre están esperando que la mano correctora del Gobierno enderece lo que el mercado, abusando de la libertad, podría torcer; los marxistas, porque creen en su Plan Quinquenal, en donde se regula hasta la forma correcta de presentar los informes de resultados de las empresas socialistas en el supuesto paraíso de los trabajadores.
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