21 de febrero de 2007

Arte "moderno"


Recuerdo muy bien una ocasión en la que, queriendo "conocer Madrid", nos aconsejaron a mi padre y a mí que "no dejáramos de visitar el Museo de Arte Moderno". Así que, ni cortos ni perezosos, hicimos un recorrido sentimental por el Madrid que mi padre conoció de joven y que en el ya ahora lejano 1980 tan poco se parecía a lo de antes. Desapareció la Posada del Peine, sustituida al igual que en la canción de Sabina, por "una sucursal del Banco Hispano-Americano" (o de un banco cualquiera: las sucursales bancarias son como las setas, que aparecen donde y cuando uno menos se lo espera).


Y entre tanto recorrido sentimental hubo tiempo para visitar el Museo de Arte Moderno. Era un museo como otro cualquiera: inmaculado, silencioso, con sus bedeles... y sobre todo, sus cuadros. No recuerdo muy bien qué autor exponía, pero muchos de sus cuadros eran "óleos sobre aceite", de tal suerte que, unidos, hubiesen compuesto un excelente catálogo de pinturas de brocha gorda. Pero no era ésa la única genialidad. Me acuerdo también de que un cuadro contenía cinco huellas de la mano de Joan Miró, si no me equivoco. En distintos colores. Muy profundo. Muy filosófico. Y muy caro, por cierto: 250.000 pesetas de entonces. Y otra aún más genial: un "tríptico" de lienzos de 2 x 1,5. En el primero se veía una raya más o menos larga. En el segundo, otra raya más corta. Y en el tercero, una rayita de nada, que casi daba pena ver el lienzo tan en blanco. ¿Título del tríptico? "Esperanza de vida de un condenado a muerte".


Aquella visita me curó para siempre del "arte moderno". Por eso ahora, cuando en la última exposición de Arco, veo que una silla con las patas rotas es "arte", me acuerdo siempre del cuento del "traje nuevo del emperador". Y aunque he mencionado el arte plástico, lo mismo se puede decir del musical. Probablemente, John Cage tendrá obras estimables; pero francamente, para titular una obra 4:33, que dure todo ese tiempo y que además lo sea de silencio, no hace falta estrujarse mucho la materia gris. Por no hablar de esos compositores cuyas obras consisten en un amasijo sonoro informe y chirriante. Las oigo por la radio. Normalmente son ejecuciones (nunca mejor dicho) en directo. Cuando termina la obra, se oyen unos correctos y educados aplausos. Nada más. Ninguna emoción.


Por eso me enfada que, ya se trate de pintura o música, traten de venderme esos engendros hijos del resfriado ingenio de algún vividor como "arte". Esos artistas y marchantes de arte saben perfectamente que siempre habrá un nuevo rico dispuesto a pagar lo que sea por parecer de lo más "avanzado" y quiera mostrar a sus amistades lo "atento" que está a las "últimas tendencias". Y no menos me enfada que los críticos (o algunos de ellos) les den palmaditas en las espalda mientras van desgranando chorradas solemnes: "Con esta obra (un conjunto amorfo de hierros retorcidos y a ser posible oxidados), el autor se ha superado a sí mismo pretendiendo mostrar el horror de la guerra. Observemos que uno de los hierros está enhiesto, lo cual se puede interpretar como un dedo acusador...".

Quizá esté un poco anticuado, pero el arte más "moderno" que conozco fue el del período de entreguerras del siglo pasado. Ninguno de estos "artistas" superará jamás la Madona de Port Lligat de Dalí. Para tomaduras de pelo valemos casi todos; para el Arte (con mayúsculas) no tantos, aunque el negocio sea el negocio.

1 comentario:

  1. Aunque hojeando tu blog veo que no coincido políticamente contigo, te agradezco el comentario y pienso lo mismo que tú en lo que concierne a este post.

    Hay mucho camelo, cualquiera lo ve, y en esto la política por suerte no interviene demasiado, afecta por igual a un lado y otro.

    Por suerte sí existen un montón de artistas actuales, realmente modernos y que no se dedican al arte de la caradura, sino a pintar: Freud, Kitaj, Hockney, Antonio López... por poner sólo cuatro.

    Saludos y aunque antagonista tuyo afectísimo en política, felicitaciones por tu blog, que creo que está muy bien escrito.

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