Empecemos por el principio y vamos al Diccionario de la RAE.
Artista.
1. adj. Se dice de quien estudiaba el curso de artes. Colegial artista.
2. com. Persona que ejercita alguna arte bella.
3. com. Persona dotada de la virtud y disposición necesarias para alguna de las bellas artes.
4. com. Persona que actúa profesionalmente en un espectáculo teatral, cinematográfico, circense, etc., interpretando ante el público.
5. com. artesano. (persona que ejerce un oficio)
6. com. Persona que hace algo con suma perfección.
De las seis acepciones del vocablo, particularmente interesantes son la cuarta y la sexta. La cuarta es la de toda la vida. Por mi mente pasa la imagen del carromato con el decorado a medias, acompañado, cómo no, por la troupe de cómicos de la legua que iban de pueblo en pueblo divirtiendo o intentando divertir al respetable. Todavía hoy, en el gremio del teatro se hacen temporadas «en Madrid» y «en provincias» (teniendo la segunda expresión un deje muy, pero que muy despectivo).
Ser actor, hace años, era estar en lo más bajo de la escala social. Que el mayorazgo o primogénito de una familia bien declarara su intención de dedicarse a la escena era una tragedia comparable al Diluvio universal. Poco importaba que el muchacho o muchacha tuvieran capacidades dramáticas (que de hecho quien tenía capacidades dramáticas era la familia: la escena que le montaban era de tal calibre que al pobre joven no le quedaba otra que rendirse o dar el portazo). Había que reconducir al muchacho o muchacha al buen camino.
Ser actor era, en suma, mezclarse con «personas de vida disipada y de mal vivir». No se trata de describir la dura vida del actor de antes; como botón de muestra les recomiendo las memorias de Groucho Marx, leyendo las cuales, además de reírse un buen rato, entenderán cómo era la vida de aquellos que empezaban en el noble arte de la escena.
Bien, las cosas han cambiado muchísimo, sobre todo desde que aparecieron el cine, la fábrica de sueños y, sobre todo, la caja tonta. Hoy en día, ser actor de cine (no tanto de teatro) es acercarse a esa cosa indefinible que se llama glamour y que se traduce habitualmente en cantidades muy respetables de dinero. Los grandes actores del cine como Gregory Peck (inolvidable su interpretación de Atticus Finch) o Marlon Brando (no menos inolvidable su interpretación de Don Vito Corleone) ya no tienen nada que ver con los cómicos de la legua o los actores del teatro de variedades.
Hoy y en España ni siquiera se necesita ser un gran actor como los citados (o, por hacer patria, citemos a los grandes José María Rodero, José Bódalo o a esa gran dinastía de actores y actrices que es la de los Gutiérrez Caba, entre tantos otros): basta que des bien en la pantalla (y que tu look incluso sea un poquito canalla, que eso siempre enloquece a las mujeres y perdón por el pareado) y que tengas tu miaja de talento.
Hoy, simplemente, el arte hay que tenerlo para vivir del cuento. Como Albertito San Juan, por ejemplo (vaya apellido... como para ponerse a rajar de la Conferencia Episcopal): da bien en la pantalla, su look es bastante canalla (recordémosle en Airbag, 1997, como uno de los amigos pijogamberros de Karra Elejalde). Con musho arte se pone uno al servicio del Régimen, como ya antes lo hicieran José Sacristán o Concha Velasco, a quien se le desconocían veleidades progres pero que últimamente hizo el camino de Damasco, al parecer. Con musho arte se raja de «la derechona», de la cual se vive a manos llenas y se come a tres carrillos.
Y aquí es donde viene al pelo la sexta definición: que vivir del cuento es algo que los titiriteros «hacen con suma perfección». Y los llamo titiriteros y cómicos de la legua porque no tienen ni jamás tendrán la talla interpretativa de los citados José María Rodero, José Bódalo, María Fernanda Ladrón de Guevara o la propia Concha Velasco, antes de meterse en un jardín que decididamente no es el suyo. De todas maneras, y en descargo y reconocimiento, me quedo con la excelente interpretación que hizo en su momento de Santa Teresa de Jesús, a la que ha intentado remedar Paz Vega y el personaje le quedaba demasiado grande a la sevillana, por cierto.
Pues eso: que «artistas» para vivir del cuento. Para otra cosa... como diría Z, «es discutible y discutido».
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