El otro día unos cafres decoraron abundantemente el portal de mi casa. Desconozco si son negros, amarillos o fruta del país. El aspecto que ofrecía dicho portal era indescriptible. No parecía sino que una piara de cerdos hubiese hecho en él parada y fonda. Montones de patatas fritas desparramadas por el suelo, una botella de refresco a medio vaciar… en fin. Supongo que ofrecía el aspecto de haberse celebrado un botellón.
Lo primero que uno piensa es: «Hay que hacer algo. Esto no se puede consentir». Bueno, ¿y qué hacemos? Lo primero, denunciar el hecho a la Policía Municipal. Se supone que ellos son competentes para arreglar este tipo de cosas. Va uno, confiado, a la Policía Municipal. Le reciben con una sonrisa amable, como a todo el mundo. Es un señor rellenito y simpático (o que pretende pasar por simpático). La conversación podría desarrollarse en estos términos:
—Buenos días.
—Buenos días, señor. ¿Qué se le ofrece?
—Mire, vengo a denunciar que unos cafres han ensuciado el portal de mi casa.
—Ajá —nos dice el funcionario, fingiendo interés—. ¿Conoce usted o tiene relación con dichas personas?
—No sé quién ha sido, pero le puedo mostrar fotos de cómo ha quedado el portal y así ustedes…
En este punto el funcionario resopla. Parece que tiene una solución.
—Entonces no podemos hacer nada. Si no nos dice quién ha sido no podremos detenerlos.
—Pero oiga…
—De verdad comprendo su problema —y da una palmada en la mesa haciéndonos comprender que por más que digamos él no va a mover un dedo—. Pero si no nos trae usted pruebas físicas de quién ha sido, no podremos ir a buscarles.
El funcionario se te queda mirando y luego se encoge de hombros. Está claro que no es su problema. Por si te quedaba alguna duda, el funcionario añade:
—Oiga, somos policías, no niñeras. —Al ver nuestra expresión de extrañeza, continúa—. Nosotros no tenemos la culpa de que sus padres no los hayan educado correctamente. Si hubiésemos de perseguir a todos los niñatos que se dedican a hacer botellón en esta ciudad todas las noches, no habría suficientes efectivos para realizar el trabajo normal. Además, el sindicato ya ha pactado las condiciones del horario nocturno y...
—Bueno, no se preocupe —corta uno, resignado—. Por cierto, a usted le falta un poquito de ejercicio, ¿no cree? Buenos días.
El funcionario, sorprendido en su línea de flotación, suelta un juramento. Se acaba uno de ganar un enemigo de por vida… pero bueno, la peripecia no acaba más que empezar. Resignados, digo, salimos de la Comisaría de la Policía Municipal.
¿A dónde dirigirse ahora? ¿Nos vamos a la Comisaría de los Mossos o a la Policía Nacional? Optas por lo segundo. Esta vez te recibe una muchacha que parece recién salida de la Academia, muy vivaracha ella.
—Buenos días, caballero. ¿Qué desea?
—Verá, yo quería denunciar que unos cafres han ensuciado el portal de mi casa.
La chica hace como que se lo piensa.
—¿Los conoce? —pregunta—.
—No.
—Bueno, entonces rellene este cuestionario, que cursaremos a una unidad para que haga el seguimiento necesario y…
—¿Cuestionario, dice usted?
— Ehhhh… sí.
—Bueno, démelo, a ver…
Y te apartas un poco para enfrentarte al cuestionario.
Las preguntas son de lo más curioso: «¿Conoce usted a los presuntos delincuentes?», «¿Sabe si forman parte de alguna banda latina?», «¿Ha sido amenazado, agredido o extorsionado por ellos?». Cuesta Dios y ayuda rellenar el cuestionario, pero ahí vamos. Lo terminas, no sin algún trasudor que recuerda a los del rey Alfonso VI en Santa Gadea…
... Las juras eran tan fuertes
que al buen rey ponen espanto,
sobre un cerrojo de hierro
y una ballesta de palo…
Entregas el cuestionario y la muchacha, toda alegría, te dice que se le dará curso debidamente. Te vas a casa tranquilamente pensando que la pesadilla ha concluido. Pero no. Resulta que una soleada mañana de domingo vuelve a aparecer el portal hecho una pocilga, abundantemente decorado. Por supuesto, nadie ha visto nada. Nadie sabe nada. Harto, pues, de fregar el portal y de adecentarlo, uno decide montar guardia el próximo fin de semana. A las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad no se las convence si no es con pruebas obtenidas en el momento del hecho. Así que esperas.
Aparecen los muchachos, cómo no. Resultan ser fruta del país, mixta (varios chicos y chicas). A lo mejor en su casa son obedientes y sumisos, pero en la de los demás no; se comportan como verdaderos cafres. Ríen, vuelven a tirar las patatas fritas, pensando en la rabia que te dará limpiarlo a la mañana siguiente. Beben del botellón y las risas se hacen más fuertes. Es inevitable: el espectáculo nos aumenta la adrenalina. Y el enojo. Así que sales de tu puesto de guardia aparentando calma, pero apretando fuertemente los puños. Los muchachos advierten que llega alguien de la casa. «¡Corred!», gritan, pero esta vez tú eres más rápido y agarras al que parece el jefe. Fijo que no tiene los dieciocho. Lo primero y sin mediar palabra le metes un tortazo. Y luego le acogotas y le ordenas: «¡Cómete esa mierda!». El chico se resiste, pero tú eres más fuerte y le haces que coma, hasta la última patata frita. «¡Y ahora vete a hacer esto a tu casa!», finalmente, le gritas. El muchacho, con el rostro demudado y dando traspiés, se va hacia su casa.
Por una vez estás contento y satisfecho. Has hecho lo que el cuerpo te pedía, harto de cuestionarios y funcionarios que no quieren mover un dedo por esa «minucia». Pero si crees que has terminado, vas de lado. A los pocos días llama a tu puerta una pareja de la Policía:
—¿Es usted Don Fulano de Tal?
—Sí.
—Tiene usted que acompañarnos a Comisaría, Don Fulano. Le tenemos que hacer unas preguntas.
No hay vuelta de hoja. Vas maliciándote de qué puede ser, pero hasta que no llegas a Comisaría no te das cuenta de hasta dónde ha llegado la pesadilla. El mocoso, acompañado de sus padres, te reconoce y se pone histérico: «¡Es él! ¡Papá, es él!». El padre te mira con odio… y la madre, si sus ojos fuesen espadas, ya estarías traspasado trescientas veces.
La cosa pinta mal. En las declaraciones apareces como culpable, naturalmente. Y hay que ir a juicio, porque en un Estado de Derecho todo se resuelve en los tribunales, faltaría más. Te presentas el día del juicio con tu abogado (como no eres pobre de solemnidad no tienes derecho a justicia gratuita). La otra parte, que te mira como si quisiera verte en el infierno, presenta partes de todo: de la gastritis que le provocaste por obligarle a comer las patatas, del trauma psicológico que le causaste… en fin. Tú presentas tus fotos de cómo quedó el portal.
El juez, que hoy no parece haber desayunado muy bien, mira al chico y te mira a ti. Temes lo peor. Empiezas a maldecir la hora en que no te quedaste en tu casa. Finalmente, dice:
—Primero: Dictamos orden de alejamiento contra la parte acusadora. El acusador no podrá acercarse a menos de cien metros de la vivienda de la parte acusada. Segundo: condenamos a la parte acusada a sufragar los gastos que se hayan deducido de su actuación, además de condenarla en costas.
Pausa tensa. Te mira un momento enarcando una ceja y dice:
—Y dese por contento.
Estás jodido. Tu abogado pone cara de circunstancias y se dispone a cobrar sus honorarios. ¿A cuánto se ha ido la broma en total? A cuatrocientos leuros, honorarios del abogado aparte. No dejas de sentirte como Amerigo Bonasera y, en general, como un perfecto imbécil. Hs funcionado el Estado de Derecho, si. Pero sigues tan indefenso como antes.
El siguiente paso, posiblemente, sea obtener una licencia de armas.
Conozco algunas historias similares en mi entorno. Al final, uno llega a la conclusión de que los derechos de las personas normales se limitan a pagar impuestos religiosamente (ay de ti si no lo haces) y votar cada cuatro años.
ResponderEliminarNo sabes cuántas veces he soñado con tener un Magnum 55 como el de Harry el Sucio. No para matar a nadie, solo para acojonar al niñato de la moto que se te cruza por tu carril, tienes que frenar para no matarlo, le pitas y te dice de hijo de puta para arriba¡ al subnormal que te raya el coche con una llave para divertirse, a la escoria que hace botellón en el parque, se pelea y atemoriza a tu hijo pequeño, a los chavalines que hacen ruido y gritan en el cine, a los que no puedes mandar callar porque son 20 y posiblemente te van a dar una paliza (son menores, están en su derecho), a los que te abren el coche para robarte un CD, a los artistas que decoran la fachada de tu casa con asquerosos grafitis, a la gentuza que circula sin permiso y sin seguro...
Tanta gentuza y tan pocas balas!!
Saludos
Amigo Daniel...
ResponderEliminar... y que luego vas a la policía (no importa cuál) y te reciben con cara de "¿y qué podemos hacer nosotros?" porque por lo visto el "hecho" no tiene suficiente relevancia penal. Claro. Tiene que pasar algo "gordo" para que ellos decidan actuar. Que te rayen el coche sólo por diversión es una "minucia"; que una pandilla escoja a tu hijo pequeño para acollonarlo "son cosas de chavales"; lo del coche y el CD es más grave, "pero bueno, son menores". Y suma y sigue.
Como para "alegrarle el día" a Harry Callahan...
xDDDDDDD
Saludos,
Aguador
Y si se te ocurre ir al portal del niñato y enmierdarlo, también se te cae el pelo.
ResponderEliminarHagas lo que hagas, los sinvergüenzas ganan.
Para eso está uno de los suyos en La Moncloa.
P.D. Aguador, mira esto para resolver lo que está funcionando mal con la plantilla de tu blog.
ResponderEliminarTe entiendo perfectamente. Te sientes como yo el día de los petardos... Es la justicia a la española. "Y dese por contento". Tal vez el juez debería sufrir su propia justicia. Pero estamos en el único país del mudo en que no hay jueces corruptos.
ResponderEliminarAmigo Harto:
ResponderEliminarClaro que hay jueces corrutos e inetos. No tienes más que ver que a ése que decía que "había que tener en cuenta las circunstancias del momento para aplicar la ley"...
Lo malo es que a ése no le pasará lo que a tí, a Daniel o a mí, porque no vivimos en una urbanización en la sierra con todas las medidas de seguridad habidas y por haber, etc, etc...
Por eso los domingos por la mañana (no todos, eso sí) hay que bajar a fregar el portal. Es lo que tiene ser clase media, ésa que los sociatas se quieren cargar.
Saludos,
Aguador