En mis niñeces, en aquellos años setenta en que el régimen de Franco languidecía, en las escuelas se enseñaba todavía Geografía de España y mundial. Teníamos que empollarnos los cabos de España (siempre me acordaré de la Estaca de Bares), los ríos, sus afluentes por la derecha y la izquierda, las cordilleras con los picos más altos (el Mulhacén, el Teide, el Peña Ubiña, el Aneto, el Mont Perdut, el Pico de la Plaza del Moro Almanzor…). También, en aquella asignatura que llamábamos Sociales, nos aprendíamos capitales del mundo. Y aprendíamos que la capital de Australia no era Sydney (donde está ese modernísimo teatro de la Ópera), sino Canberra, que en su casa la conocen. O que la capital de Canadá no era Montreal (donde se celebraron los Juegos Olímpicos de 1976), sino Ottawa, más desconocida. O, incluso, que la capital de los Estados Unidos no era la abigarrada Nueva York, sino la más estirada y gélida Washington. A lo de la lista de los reyes godos no llegué, quizá porque en los años setenta lo del patriotismo se estaba dejando de lado.
Hoy en día, en cambio, bien se ve cómo han cambiado las cosas. Como decía Juan Antonio Zunzunegui, «lo que va de ayer a hoy». Hoy aquella modesta asignatura llamada «Sociales» se llama pomposamente «Conocimiento del medio» (obsérvese la influencia progre en la denominación), y así debe de ser, porque los chavales salen hoy de la escuela sin saber geografía más allá de las fronteras autonómicas dentro de las cuales residen. Vamos, que para ellos tiene hoy más importancia el tercer afluente del Manzanares (caso de que ese río tenga afluentes) que el Tajo, que cruza la Península casi de parte a parte. Y de Europa, por supuesto, no hay que hablar: París pilla demasiado lejos y Varsovia… bueno, Varsovia debe de ser la capital de Marte, por lo menos. Así salen los chavales: que ni conocen el medio, ni lo de arriba, ni lo de abajo.
Añadamos otro detalle. Dice la cúpula educativa que ahora no pasa gran cosa si se suspende dos o tres asignaturas. Que no es un fracaso, vamos. Cuatro sí, eso es un fracaso como una casa. Pero dos o tres no. Que al pobre muchacho o muchacha se le crea un grandísimo trauma al suspenderlo (sobre todo si no ha estudiado). No está de más recordar aquí lo que escribió Larra hace ya unos cuantos años (parece que fue ayer y volvemos a lo mismo):
«Lucidos quedamos, Andrés. ¡Pobres batuecos! La mitad de las gentes no lee porque la otra mitad no escribe, y ésta no escribe porque aquélla no lee.
Y ya ves tú que por eso a los batuecos ni nos falta salud ni buen humor, prueba evidente de que entrambas cosas ninguna falta nos hacen para ser felices. Aquí pensamos como cierta señora, que viendo llorar a una su parienta porque no podía mantener a su hijo en un colegio.
—Calla, tonta —le decía—; mi hijo no ha estado en ningún colegio, y a Dios gracias bien gordo se cría y bien robusto.
Y para confirmación de esto mismo, un diálogo quiero referirte que con cuatro batuecos de éstos tuve no ha mucho, en que todos vinieron a contestarme en sustancia una misma cosa, concluyendo cada uno a su tono y como quiera:
—Aprenda usted la lengua del país —les decía—. Coja usted la gramática.
—La parda es la que yo necesito —me interrumpió el más desembarazado, con aire zumbón y de chulo, fruta del país—: lo mismo es decir las cosas de un modo que de otro.
—Escriba usted la lengua con corrección.
—¡Monadas! ¿Qué más dará escribir vino con b que con v? ¿Si pasará por eso de ser vino?
—Cultive usted el latín.
—Yo no he de ser cura, ni tengo de decir misa.
—El griego.
—¿Para qué, si nadie me lo ha de entender?
—Dese usted a las matemáticas.
—Ya sé sumar y restar, que es todo lo que puedo necesitar para ajustar mis cuentas.
—Aprenda usted Física. Le enseñará a conocer los fenómenos de la Naturaleza.
—¿Quiere usted todavía más fenómenos que los que está uno viendo todos los días?
—Historia natural. La botánica le enseñará el conocimiento de las plantas.
—¿Tengo yo cara de herbolario? Las que son de comer, guisadas me las han de dar.
—La zoología le enseñará a conocer los animales y sus...
—¡Ay! ¡Si viera usted cuántos animales conozco ya!
—La mineralogía le enseñará el conocimiento de los metales, de los...
—Mientras no me enseñe dónde tengo de encontrar una mina, no hacemos nada.
—Estudie usted la geografía.
—Ande usted, que si el día de mañana tengo que hacer un viaje, dinero es lo que necesito, y no geografía; ya sabrá el postillón el camino, que ésa es su obligación, y dónde está el pueblo a donde voy.
—Lenguas.
—No estudio para intérprete: si voy al extranjero, en llevando dinero ya me entenderán, que esa es la lengua universal.
—Humanidades, bellas letras...
—¿Letras?, de cambio: todo lo demás es broma.
—Siquiera un poco de retórica y poesía.
—Sí, sí, véngame usted con coplas; ¡para retórica estoy yo! Y si por las comedias lo dice usted, yo no las tengo de hacer: traduciditas del francés me las han de dar en el teatro.
—La historia.
—Demasiadas historias tengo yo en la cabeza.
—Sabrá usted lo que han hecho los hombres...
—¡Calle usted por Dios! ¿Quién le ha dicho a usted que cuentan las historias una sola palabra de verdad? ¡Es bueno que no sabe uno lo que pasa en casa...!
Y por último concluyeron:
—Mire usted —dijo el uno—, déjeme usted de quebraderos de cabeza; mayorazgo soy, y el saber es para los hombres que no tienen sobre qué caerse muertos.
—Mire usted —dijo otro—, mi tío es general, y ya tengo una charretera a los quince años; otra vendrá con el tiempo, y algo más, sin necesidad de quemarme las cejas; para llevar el chafarote al lado y lucir la casaca no se necesita mucha ciencia.
—Mire usted —dijo el tercero—, en mi familia nadie ha estudiado, porque las gentes de la sangre azul no han de ser médicos ni abogados, ni han de trabajar como la canalla... Si me quiere usted decir que don Fulano se granjeó un gran empleo por su ciencia y su saber, ¡buen provecho! ¿Quién será él cuando ha estudiado? Yo no quiero degradarme.
—Mire usted —concluyó el último—, verdad es que yo no tengo grandes riquezas, pero tengo tal cual letra; ya he logrado meter la cabeza en rentas por empeños de mi madre; un amigo nunca me ha de faltar, ni un empleíllo de mala muerte; y para ser oficinista no es preciso ser ningún catedrático de Alcalá ni de Salamanca.»
Con estos antecedentes, no es extraño que la capital de Suecia sea Oslo. Y si no, vean y comprueben. Ni hecho adrede, oiga…
Sólo por los citados antecedentes se explica que ningún diario corrigiese el error geográfico.
Últimamente se cachondean de que han tenido que bajar el listón hasta territorios limítrofes con los border-line para que la gente se aliste en el Ejército, pero nadie se rie de que en la Universidad se matricula gente que es incapaz de comprender lo que lee.
ResponderEliminarAguador, amigo, es fácil quejarse de los resultados que obtienen nuestros escolares y jóvenes. Yo quiero quejarme de los padres y de los maestros y profesores. Cuando en la mayoría de los hogares no se enseña a los niños las normas más básicas de comportamiento, no se inculca el amor por el estudio y no se muestra y se hace comprender la satisfacción que uno siente cuando aprende, es complicado que aterrizen en la escuela y se sientan motivados. Si a todo esto (y más cosas) unimos unos maestros y profesores, en su gran mayoría, sin ningún tipo de motivación ni contento en su trabajo (dicen que no hay suficientes recursos y que pagan el pato de la inmigración, en la escuela pública; gran desbarajuste en muchas asignaturas por los cambios constantes; falta de reconocimiento a su autoridad y falta absoluta de disciplina -no todos saben hacerse respetar en el aula-), pues tenemos lo que tenemos: el último puesto de Europa en materia educativa, es decir, el primer puesto en fracaso escolar.
ResponderEliminarInsisto, elevemos el nivel de los padres, como educadores, y el de los maestros, como buenos docentes.
Saludos cordiales