4 de octubre de 2007

Hijos de Buda (III)

En esta (por ahora) última entrada plantearemos una esperanza, que siempre es la posibilidad de actuar. Porque está muy bien analizar la situación y valorarla de acuerdo con el criterio de cada uno. Pero si no se actúa se corre el riesgo de quedar en la crítica pura, sin conexión alguna con la realidad que se está analizando. Quedaríamos encerrados en nuestra torre de marfil, tranquilizada nuestra conciencia porque «ya hemos dicho lo que pensábamos» y nada más se nos va a exigir.


Hoy ya no es posible cerrar los ojos y decir que «no sabemos nada». El fenómeno blog nos acerca a realidades que tal vez de otra manera no hubiesen sido accesibles. Ante la tendencia del periodismo profesional a quedarse en las «versiones oficiales», o a creerse los únicos con derecho a transmitir lo que pasa en el mundo, han aparecido ahora millones de ojos y oídos que pueden dar una visión diferente. Se puede comprar o amedrentar a un periodista incluso dentro de una democracia (ha ocurrido en Estados Unidos); pero no se puede hacer lo mismo a millones de personas sin caer en una dictadura.


Esto es lo que ha ocurrido en Birmania. Ante la posibilidad de que el mundo se entere de las atrocidades que el régimen comete contra su propio pueblo, han cortado el acceso a Internet y convertido la posesión de un móvil 3G (que puede captar y enviar audio o vídeo) en causa de condena a muerte. A pesar de eso, hay bloggers que, jugándose la vida, todavía mandan información al exterior, de forma que es posible saber, aunque sea de forma limitada, lo que ocurre en el interior del país aislado. Sintomático es también que en China exista una especie de control sobre Internet, que veta la entrada a páginas relativas a derechos humanos. Internet es el gran enemigo a batir; y es curioso que en eso coincidan dictaduras de todos los tamaños y pelajes y empresas multinacionales.


¿Y qué podemos hacer nosotros, habitantes del primer mundo? Birmania es un país que, a pesar de tener 100 millones de habitantes, está condenadamente lejos. No pertenece a nuestra área cultural y tampoco es uno de los países con más peso en el orden mundial. Para colmo, el régimen comunista asesino que lo gobierna está protegido por China e incluso nuestras empresas (y cuando digo «nuestras» me refiero a nivel europeo) sacan provecho de esa situación, cuando no se trata de nacionales que viajan al país atraídos por el deleznable turismo sexual, ante el que la comunidad internacional cierra convenientemente los ojos (se denuncia, pero no hay medidas concretas de presión que obliguen a desmantelar la oferta).


Siendo realistas («un realista es un pesimista con motivos»), las posibilidades de influir directamente en nuestros gobiernos para que surja una acción decidida son más bien pequeñas. Digamos que esto también da una medida de la calidad de nuestra democracia, pero eso sería ya objeto para otra entrada. Incluso en los USA, que cuando alguien tiene algún motivo de queja sobre algo amenaza con «escribir a su senador», las acciones directas no tienen demasiada incidencia. En Europa, además, hay que traspasar dos barreras: la primera, la de las partitocracias nacionales, que sólo se mueven por su propio interés y con la vista puesta en las próximas elecciones. Y la segunda, la de la eurocracia, que se ha constituido como un pequeño y cerrado grupo de poder que decide lo que es bueno y lo que es malo para 300 millones de personas prácticamente sin consultarlas.


Por supuesto, en mi opinión habría que boicotear los JJ.OO. del año próximo en Pekín. Comprendo que es una jugarreta para los deportistas, que llevan preparándose años para participar en ese gran evento deportivo. Pero precisamente por ser un gran evento deportivo, no puede bendecir y dar cabida a un país que está esclavizando a otro, aunque se trate de China y sean 1.500 millones de chinos. Se podría tal vez buscar una ubicación alternativa. Quizá el COI debería pensarlo seriamente. No confío nada en que una tal decisión se llevara a cabo; pero en cualquier caso, pueden contar con mi voto y conformidad si se propone.


Distinto sería, por ejemplo, una campaña que, por su seguimiento popular, obligase a los políticos y —sobre todo— a los gobiernos a pronunciarse. En este sentido, es «curioso» que nuestro Gobierno, que sin duda sabe mucho más que los bloggers que escribimos, aún no se haya pronunciado oficialmente (ni siquiera a título individual) condenando la bárbara situación que se vive en ese país. Tampoco he visto que los titiriteros, ni los manifestantes ni los abajofirmantes profesionales, tan «amantes» de la libertad ellos, hayan salido en tromba a la calle por ese motivo. Y fíjese el lector que ésa sería una manifestación que posiblemente sería seguida por muchas personas, sin distinción de ideología, raza u orientación sexual.


Mientras tanto, los hijos de puta disparan sobre los hijos de Buda (que es la razón del título). Aunque a nivel no oficial, ya son varios miles los muertos, entre ellos unos cuantos monjes budistas y muchas mujeres y niños indefensos. Sus gritos de dolor y de horror, su petición de auxilio, no pueden ser silenciados, no deben ser ignorados. Aquí sólo cabe recordar dos palabras: Martin Niemöller. La barbarie birmana es motivo suficiente para plantearse qué hacer o seguir todas las iniciativas que se propongan, aunque sólo sea porque los próximos podríamos ser nosotros.

2 comentarios:

  1. Cualquier manifestación que se organiza, en cualquier parte del mundo, en favor de la libertad de un país tiene una gran repercusión en todos los frentes. Debemos aprovechar la revolución tecnológica para derrocar a los dictadores.
    Es una muy buena idea el escribir sobre China.
    Saludos cordiales

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  2. Amiga Calandria:

    Pues ojalá sea así y caiga la dictadura birmana con el esfuerzo de todas las personas de buena voluntad, ya que ni los Estados implicados ni la ONUtil se plantean hacer nada serio por sí mismos...

    Saludos,
    Aguador

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