Lo ha dicho el presidente, claro. Yo no sé qué tiene el Palacio de la Moncloa que, una vez bien instalado y bien acostumbrado al edificio, al inquilino elegido por votación popular le aquejan toda serie de dolencias acordes con su personalidad. De Adolfo Suárez no recuerdo gran cosa; y tampoco de Calvo Sotelo, prácticamente un interrex antes de que llegara la etapa felipista. Por cierto, que fue Calvo Sotelo quien cayó en la cuenta de ese síndrome monclovita y lo explicaba más o menos jocosamente (no es fácil imaginar a don Leopoldo, con lo serio que era, mostrando animus iocandi) en sus memorias.
Pero a lo que vamos. ZP ha dado muestras de no ser inmune al edificio. Felipe cayó en la tentación de las "ausencias quejumbrosas" (Mecano podría haberle adaptado aquella canción para que dijese "Ay, bonsai, bonsai"), Aznar cayó en la tentación de mirarse el ombligo y de creer que todo lo que hacía era por el bien de España. ZP es menos trascendente y cae ruidosamente en la tentación del "optimismo filosófico": nótese la diferencia abismal entre ir "bien" e "ir de puta madre". Se le puede conceder a Aznar que en eso era más realista.
Lo malo es que eso sólo lo sabe él. ¿Los demás? Los unos cachondeándose para no cabrearse ante tanta desfachatez, los otros sonrojándose en un silencio monjil. Y de todos ellos, la gran mayoría esperando a alguien que arregle lo que ZP está desarreglando (aunque costará unos cuantos años y muchos, muchos disgustos a mucha, mucha gente).
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