Éste es el calificativo que mejor le cuadra a esa ley que la izquierda toda pretende aprobar. Mientras, en los foros se habla del tema en pie de guerra: nunca faltan trolls que vengan a insultar o a tergiversar las cuestiones para llevarlas a punto muerto, como ocurre en un foro en el que yo participo.
Me acuerdo en mis mocedades, cuando estudiábamos la historia de ese trozo de tierra que todavía algunos llamamos España, que al llegar a la etapa de la República y de la guerra civil, se daba por sentado que ésta fue el resultado de una "rebelión militar contra un régimen democráticamente constituido". Algo así como que Franco había destruido la paz que por doquier resplandecía en esa Arcadia feliz que era la República. Nada tiene de sorprendente la explicación si tenemos en cuenta que los libros de texto eran redactados por discípulos del comunista Tuñón de Lara y afines.
Con la perspectiva de los años, me doy cuenta que la "paz" era la de los historiógrafos, que monolíticamente sostenían las líneas anteriores. Estaba clara la función: salvar la responsabilidad histórica ante las generaciones jóvenes. "La derecha era muy mala y se rebeló contra una democracia legítima. Nosotros no hicimos nada". Había que presentar al PSOE y al PCE como luchadores de la libertad. Y así ocurrió durante muchos años o, según la frase consagrada, "fue doctrina pacífica".
El caso es que hace unos años aparece un señor llamado Pío Moa, que se dice historiador y que sostiene una versión de los hechos radicalmente distinta. Sostiene Moa, como nos temíamos algunos, que la República no era esa "Arcadia feliz" que nos habían contado en nuestros años mozos. Oiga, que en la República se quemaban conventos. Oiga, que en la República se atacaban diarios "no afines". Y otros muchos "oigas". Lo apoya con documentos, con fotografías, con correspondencia entre los personajes de aquel entonces. Se abre paso la convicción en mucha gente de que la historia de ese período no es como nos la contaron Tuñón de Lara, Paul Preston, Santos Juliá o Ian Gibson.
La izquierda toda se pone nerviosa: alguien osa contradecir lo que hasta ese momento había sido "doctrina pacífica". Es decir, se cae a cachos el edificio teórico destinado a limitar la responsabilidad de la izquierda en los hechos de "los llamados tres años" ¿Quién es el "traidor"? Un ex-miembro del GRAPO, por lo que conoce bien el esqueleto teórico de la izquierda. Sigue siendo "terrorista", pero ahora pone bombas de otra forma. Por eso las "intervenciones" en su blog van desde la injuria pura y dura (es lo que tiene Internet: ser relativamente anónimo permite a muchos descerebrados insultar a alguien sin dar la cara) hasta la acusación de "mentira histórica". Incluso ha aparecido un libro titulado Anti-Moa, cuyas intenciones se adivinan nada más leyendo el título: tapar la boca al doblemente "traidor disidente".
Así están las cosas: la izquierda, emperrada en su Ley de Memoria Histérica. Y muchos otros, pensando y diciendo: "Si hay que desenterrar muertos, los vamos a desenterrar todos, no sólo los de un bando". Y van apareciendo en el diario El Mundo esquelas de personas asesinadas durante la República o la guerra civil. Resucitan los muertos de Paracuellos, para recordar a Carrillo lo que hizo (o tal vez no hizo, pero sí permitió que ocurriese).
Empezamos a entender también el por qué de la insistencia de la Generalitat catalana en pedir "los papeles de Salamanca". Aparte de que "eran suyos", ¿qué podía haber en ellos que fuera tan importante como para constituir "comisiones de dignidad histórica" para su "devolución"? Ahora que están en poder de la Generalitat, menos posibilidades tendremos de saberlo.
¿Memoria histérica? Mejor dejemos que los muertos vuelvan a sus ataúdes; su hedor puede marear a muchos que se dicen "luchadores de la libertad" y a muchos otros que los jalean y que no han visto un muerto en su vida.
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