Bueno, esto tenía que llegar alguna vez. Después de tres años —como mínimo— de dirigirse improperios y amenazas, llegó el tiempo de «pasar a la acción». Y así, unos mozalbetes cuya cabeza está vacía de cerebro y llena de «odio a la derecha», propinaron una paliza a un militante de Nuevas Generaciones del PP de Alcorcón. El mensaje subyacente es muy claro: el PP ya no es un mero adversario político, sino el enemigo. Y al enemigo se le puede ignorar, se le puede insultar, se le puede vapulear dialécticamente… y físicamente, como acabamos de comprobar. No esperamos sino que se detenga a los culpables y que el peso de la ley caiga sobre ellos, pero la reflexión nos impone dar un paso más.
Parece ser que quienes administraron la paliza a ese muchacho son miembros de un colectivo «antisistema». No tengo nada en contra de los colectivos antisistema, siempre que manifiesten sus convicciones pacíficamente, puesto que estamos en una democracia y todas las ideas son respetables mientras se respete la integridad física de los demás. Ahora bien: estos gamberros —pues ése y no otro calificativo es el que merecen—, con su estética skin, son cualquier cosa menos pacíficos opinantes. Son personas violentas, que creen en la acción directa como único medio de resolver problemas.
Este último detalle es muy español. Como diría Fernando Díaz-Plaja, es una manifestación de la Ira española, sin contemplaciones ni paliativos. Cuenta el autor en su obra El español y los siete pecados capitales —de lectura recomendable—, el siguiente sucedido. «De cómo muchos españoles entienden la discusión política da idea la historia que ocurrió en un discurso de propaganda electoral durante la República. Un orador estaba exponiendo sus puntos de vista y era interrumpido continuamente desde la galería: "¿Quieres controversia?". A la quinta interrupción, el orador se encaró con el espectador y dijo:
—Sí, acepto la controversia. No me da miedo la discusión y estoy dispuesto a escuchar los argumentos de ese señor.
Hubo un silencio. Todos estaban pendientes de lo que iba a alegar el interruptor. Y éste soltó, de pronto:
—… ¡Mamón!
Es lo que muchos españoles entienden por controversia.» (F. Díaz-Plaja, op. cit, 2ª ed., pp. 80-81. Alianza, 1992).
Tampoco tiene nada de extraño que el anarquismo prendiese con fuerza en España. Pero no tanto por su contenido político (abolición de la propiedad, uniones libres, etc.) como por lo que implica el anarquismo (y por extensión para los españoles, el izquierdismo) de poder hacer lo que a uno le dé la gana, cuando le dé la gana, con quien le dé la gana y tantas veces como le dé la gana. De igual manera, mucha gente creyó que ser «buen anarquista» o incluso «buen comunista» implicaba «matar al cura, al maestro y al guardia civil del pueblo». De ahí la extrañeza y el enfado del personaje de Gironella, el comunista Gorki, ya exiliado en París, cuando un correligionario francés le explica, en Ha estallado la paz, que cuando Marx dijo que «la religión es el opio del pueblo», se refería al opio como tranquilizante, no como veneno.
Éstos son, al parecer, los referentes literarios de los gamberros que agredieron al joven de Nuevas Generaciones del PP en Alcorcón. También debo decir que me sorprende que fueran simplemente miembros de un colectivo antisistema. La prensa más informada y la justicia, sobre todo, dirán la última palabra; pero ese hecho me huele muy mucho a «encargo», algo del estilo de «hacedlo vosotros para que a nosotros no nos señalen». Los colectivos antisistema son, hasta donde tengo entendido, anticapitalistas, pero no suelen atacar necesariamente a una determinada formación política. Es decir: un antisistema ocupará un inmueble vacío, o incluso puede incendiar un banco, el representante más conspicuo del capitalismo opresor, antes que agredir a un miembro de una tendencia política concreta. O también puede ser un montaje: elementos de extrema izquierda «disfrazados» de skins y contentos porque iban a cobrar por sacudir a un fascista. A lo mejor resulta que existe relación entre esta paliza y la profanación de las tumbas de Paracuellos, acto vandálico que no deja duda de la filiación política de los vándalos.
Pasando al capítulo de reacciones, la cosa se pone espesa. ¿Qué hacer? Donde hay un Estado de Derecho, sin duda lo primero es acudir al Estado de Derecho, que es lo que ha hecho NN.GG. de Alcorcón: presentar la correspondiente denuncia y dejar que la policía y la justicia hagan su trabajo. Ahora bien: ¿qué ocurre si no pasa nada? Si la justicia impone unas penas pequeñas o, peor aún, deja en libertad a los agresores por considerar que los hechos son «irrelevantes», ¿acaso el joven agredido no verá burlado su derecho a recibir una justa compensación por la agresión sufrida? Igualmente significativa ha sido la reacción del alcalde y de la delegada del Gobierno: mirar hacia otro lado. Según ellos, en Alcorcón no pasa nada que rebase los límites tolerables. También durante la República se actuó por omisión y se permitió que ocurriesen barbaridades, que llevaron al paredón a esos que las permitieron (o a muchos de ellos).
Entonces, ¿tiene o no tiene derecho el PP a defenderse? Desde luego, la corta historia de la democracia española nos dice que no, que «la derecha no tiene derecho a defenderse». Primero AP y después el PP han soportado en silencio toneladas de provocaciones de todos los tamaños y pelajes por parte del PSOE, porque lo importante es preservar la paz social. Pero esta situación no se prolongará indefinidamente. Si llega un momento en que media España se ve indefensa ante los ataques y las provocaciones de la otra media, se estarán gestando las mismas condiciones, el mismo caldo de cultivo que provocó la guerra de 1936. Y es una extraña coincidencia que el artículo en que Larra insertó el epitafio español, ese díptico doliente…
Aquí yace media España:
murió de la otra media
lleve por título La Nochebuena de 1836. Exactamente cien años antes de que estallase la guerra civil.
Recuerdo que cuando a Alberto Fernández Díaz le arrojaron huevos en Reus (Tarragona), algún energúmeno escribió el comentario de que eso no se podía comparar con la gente que moría en Iraq bajo las bombas. Por esa regla de tres, darle una paliza a un miembro del PP, tampoco será comparable. Es terrible, pero esta demagogia vomitiva con todo lo de Iraq recuerda la que se montó con la represión de la revolución de Asturias del 34, criminalizando a las derechas para encender los ánimos de forma deliberada, con las consecuencias que sabemos.
ResponderEliminarAmigo CLD:
ResponderEliminar... Y estoy seguro de que si el PP se defendiese atacando de la misma manera, lo tildarían de "fascista", de "violento" y de no sé cuántas cosas más. Esperemos no llegar a un punto en que haya una España que no tenga nada que perder, porque así fue como se gestó la guerra civil...
No voy a enjuiciar si hay que defenderse atacando, aunque tengo mi opinión al respecto, pero se agradecería profundamente algo más de contundencia por parte del propio partido en la denuncia, defensa de los agredidos y condena a los culpables. Alguna visita al juzgado de guardia tampoco vendría mal. Un saludo.
ResponderEliminarEl incidente es lamentable.
ResponderEliminarVictor Kemplerer, en su obra "El lenguaje del Tercer Reich", demuestra que el lenguaje degradante no es producto sino precursor del totalitarismo. El lenguaje es un vector de la violencia, y en política su uso nunca es gratuito. Al fin y al cabo, las posiciones equidistantes que el PSOE plantea respecto a ETA (extrema izquierda independentista) y el PP (extrema derecha nacionalista española) no es gratuita y tiene como fin ocupar el centro político y justificar la imposibilidad de llegar a acuerdos con el PP (¿cómo van a acordar nada con la derecha extrema?).
Casi peor que los energúmenos que agraden, son los 'intelectuales' que los justifican y los borregos que callan y otorgan.
ResponderEliminarEsta es la humanidad y la solidaridad de la izquierda . Prefieren dejar en la calle a ASESINOS etarras, que dejar pasear tranquilos a militantes del PP.
ResponderEliminarSaludos...
#Amigo Sigurd:
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. Tal como decía Antonio Gramsci, "la primera perversión es la del lenguaje". Y a ello se ha aplicado siempre el PSOE (mucho más desde que está Zapo en el poder), empeñándose en no llamar a las cosas por su nombre.
Y aunque no sea muy "estiloso" eso de autocitarse, te propongo que eches un vistazo a esta entrada y en especial a la cita del final, que creo ilustra y completa lo que tú dices.
#Amigos HDZP, Cerrajero y Gazulin:
También totalmente de acuerdo. Especialmente repugnantes son aquellos que mandan a los gamberros a hacerles el trabajo sucio mientras ellos pretenden estar al margen y no ensuciarse las manos.