8 de agosto de 2007

El 6

Artículo 6


Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos.


Esto, que debería ser frontispicio y principio de actuación de los partidos políticos, es el primer conjunto de palabras olvidadas por los mismos. Sobre todo, la última frase. Se suele decir que «cuando entras en un club, aceptas sus normas; y que cuando no las aceptas, te das de baja». Pero oiga: entonces, ¿esto qué es? ¿Un club o, directamente, una secta? Aleix Vidal-Quadras lo explica de forma impecable en su artículo de hoy en La Razón:


Sin entrar en cuestiones de más hondo calado, existe un aspecto a considerar de carácter puramente metodológico. En el actual sistema español de partidos se hace extraordinariamente difícil el debate interno y los mecanismos por medio de los cuales, ante estrategias o medidas tan inequívocamente contraproducentes como las dos descritas, aquellos que se dan cuenta de lo inadecuado de un determinado enfoque pueden intentar influir en la marcha de los acontecimientos, o están inutilizados o carecen de verdadera efectividad. Las reuniones de los máximos órganos de dirección consisten en una serie de informes a cargo de los responsables ejecutivos que, si son contestados, contradichos o discutidos por los asistentes, la subsiguiente filtración a la prensa implica la transmisión de una imagen de división de la que nadie quiere ser responsable. Además, el papel de crítico o discrepante se paga caro en un esquema de listas cerradas elaboradas férreamente por el aparato.


Por consiguiente, al igual que en las monarquías absolutas del pasado, es indispensable tener acceso al oído del líder supremo a través de canales oficiosos y discretos. Y ahí los cortesanos, los aduladores, los augures de cámara y los gabinetes personales juegan con ventaja en relación a dirigentes menos dispuestos a complacer a toda costa al mando. Las consecuencias están a la vista: no hay manera de evitar los disparates por clamorosos que éstos sean.


La lección a aprender por parte de los números uno es que hay que ser permeable a las opiniones externas al círculo más próximo e íntimo y que no siempre aquello que nos gusta oír es lo que nos conviene conocer. Lo digo por si a alguien le puede aportar algún provecho y, de cara a los mal pensados, no tengo en mente a nadie en particular. Pues eso, que ya nos entendemos.


Pues sí, don Aleix: ja mos antenem. El certero análisis que hace Vidal-Quadras del funcionamiento interno de un partido (y él puede hablar por experiencia propia) se compadece mal con lo de «su estructura y funcionamiento deberán ser democráticos».


Pero formar parte de un Título Preliminar de una Constitución es lo que tiene. Esa ubicación sistemática impide que el artículo pueda ser alegado en sede alguna jurisdiccional, por aquello de que es un «principio filosófico», más que un derecho fundamental. Además, la expresión que utiliza el constituyente, «deberá ser», nos lleva al imperativo categórico kantiano; imperativo que, reinterpretado en clave carpetovetónica significa: «deberá ser; pero si no es, tampoco pasa nada». La norma fundamental lo menciona, en fin, porque había que mencionarlo; pero lo han colocado en el lugar donde menos daño podía hacer.


Así, pues, si el funcionamiento de los partidos políticos, grandes o pequeños no es democrático, tampoco pasa «gran cosa». Sólo pasa que el sistema político se pervierte y cala en el pueblo la convicción de que la política sólo sirve para llenarse el bolsillo. Sólo pasa que «se deja la política en manos de los políticos» y que la política se convierte en un «club privado» al que tienen acceso «los de siempre». Sólo pasa que los políticos acaban pareciéndose como gotas de agua a los boyardos rusos o a los mandarines chinos.


Ésta es la importancia que tiene el artículo 6, que obligaría a los partidos a no considerar como traidor a quien ejerce la sana crítica. Eso ya sería un buen principio de cultura democrática.


No es por nada que una señora llegó al Registro Civil y expresó al funcionario su deseo de cambiar de nombre:


—¿Y cómo quiere llamarse usted? —le preguntó el funcionario.
—Me quiero llamar Constitución.
El funcionario, un tanto sorprendido, le preguntó el porqué de tan curiosa elección.
—Pues verá —respondió la señora, toda sofocada—. Me quiero cambiar el nombre a Constitución porque hace muchos años que no me como una rosca. En cambio, ¡a la Constitución se la follan todos los días!

1 comentario:

  1. Siempre he creido que la democracia tiene un limite.La democracia en los partidos solo para elegir el secretario general o el lider,luego este debe marcar las pautas a seguir.Y si estas en contra o te vas del partido o de rebelas dentro de el(mocion de censura).

    Se podria demandar la falta de democracia de un partido planteando(solo puede el Fiscal General o la Abogacia) una demanda por vulneracion de la Ley de Partidos.Muy bueno el chiste!.Saludos

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