Me seduce lo fino que hila tanto tonto del culo. La última corrección política elevada al cubo nos la endiñaron hace unos días, contando que en Afganistán han trincado a uno de los que ponen minas como otros aquí plantan tomates. Han pillado al que mató a una soldado española, decía el informativo, citando al ministro Alonso. El presunto talibán, matizaba. Yo estaba a medio desayuno, con un vaso de leche en una mano y una magdalena de la Bella Easo en la otra, y casi me ahogo al escucharlo, porque me dio un ataque de risa muy traicionero, glups, y los productos se me fueron por el caminillo viejo. Incluso, muy serios, los periodistas le preguntaban al ministro si iba a personarse en el juicio.
Y es que yo imaginaba al individuo: un afgano de los de toda la vida, con barba, turbante, cuchillo entre los dientes y Kalashnikov en bandolera en plan Alá Ajbar, hijo de los que destripaban rusos en el valle del Panshir, nieto de los que destripaban ingleses en el paso Jyber, y con la legítima arrastrando el burka por esos pedregales. Presunto que te rilas. Lo suponía de tal guisa al chaval, como digo, sensibles como son los afganos a matices y titulares de prensa, querellándose contra los medios informativos españoles y contra el ministro de Defensa, después de leer El País, El Mundo o el Abc por la mañana y verse llamado talibán a secas y no presunto talibán, ya saben, la presunción de inocencia, las garantías jurídicas y todo eso. O semos o no semos. Y al juez Garzón, acto seguido, tomando cartas en el asunto. A ver qué pasa con el hábeas corpus en las montañas de Kandahar. Mucho ojito. Que también los afganos son personas, oyes. Con sus derechos y deberes, y con la democracia export-import marca ACME a punto de cuajar allí de un momento a otro. Todo es sentarse y hablarlo, y para eso llevamos una temporada convenciéndolos de que adopten, como nosotros, el mechero Bic, la guitarra y el borreguito de Norit. Lo de menos es que talibán no sea palabra peyorativa, sino que describa un grupo social afgano, armado y mayoritariamente analfabeto, con su manera propia de entender el Corán y de paso la guerra al infiel, etcétera. Aquí y allí todos debemos ser presuntos, oiga. Talibanes y talibanas presuntos y presuntas. Por cojones. Para hacer esta muralla juntemos todas las manos, los subsaharianos sus manos subsaharianas, los talibanes sus blancas manos. Etcétera.
Así que ya saben. Presunto talibán. Una guindita más para el pavo. Además, como todo cristo sabe, en Afganistán no hay guerra, sino presunta situación humanitaria, aunque incómoda, donde se disparan presuntas balas y se ponen presuntas minas y se tiran presuntas bombas. Allí, cuando a un blindado con la bandera del toro de Osborne le pegan un cebollazo o se cae un helicóptero, no se trata de acción de guerra, sencillamente porque ni hay guerra ni niño muerto que valga. Lo que hay es una coyuntura de pazzzzz presuntamente jodida, donde nuestros voluntarios para poner tiritas las pasan un poco putas, eso sí, porque no todos los afganos se dejan poner vacunas de la polio ni dar biberones de buen talante, y porque nuestra maravillosa democracia occidental a la española, los estatutos de la nación plurinacional, las listas de Batasuna, la memoria histórica y demás parafernalia se gestionan allí por vías más elementales. A un afgano le cuentas lo de De Juana Chaos y su presunta novia, y es que no echa gota.
En el presunto Afganistán tampoco hay guerrilleros, por Dios. Decir guerrillero tiene connotaciones bélicas, reaccionarias, con tufillo a pasado franquista. Lo que hay son presuntos incontrolados que presuntamente dan por el presunto saco. Nada grave. Por eso cuando allí a un presunto soldado de la presunta España una presunta mina le vuela los huevos –o le vuela el chichi, seamos paritarios– nuestro ministro de Defensa no le concede medallas de las que se dan a quienes palman en combate, que eso de combatir es cosa de marines americanos y de nazis, sino medallas para lamentables accidentes propios de misiones humanitarias y entrañables. Que para eso salen en los anuncios de la tele modelos y modelas buenísimos vestidos de camuflaje pero sin escopeta, diciendo: si quieres ser útil a la Humanidad y trabajar por el buen rollito y la felicidad de los pueblos, y dar besos metiendo la lengua hasta dentro, colega, hazte soldado y ven a Afganistán a repartir aspirinas, que te vas a partir el culo de risa.
Presunto talibán, oigan. Hace falta ser gilipollas.
Y es que yo imaginaba al individuo: un afgano de los de toda la vida, con barba, turbante, cuchillo entre los dientes y Kalashnikov en bandolera en plan Alá Ajbar, hijo de los que destripaban rusos en el valle del Panshir, nieto de los que destripaban ingleses en el paso Jyber, y con la legítima arrastrando el burka por esos pedregales. Presunto que te rilas. Lo suponía de tal guisa al chaval, como digo, sensibles como son los afganos a matices y titulares de prensa, querellándose contra los medios informativos españoles y contra el ministro de Defensa, después de leer El País, El Mundo o el Abc por la mañana y verse llamado talibán a secas y no presunto talibán, ya saben, la presunción de inocencia, las garantías jurídicas y todo eso. O semos o no semos. Y al juez Garzón, acto seguido, tomando cartas en el asunto. A ver qué pasa con el hábeas corpus en las montañas de Kandahar. Mucho ojito. Que también los afganos son personas, oyes. Con sus derechos y deberes, y con la democracia export-import marca ACME a punto de cuajar allí de un momento a otro. Todo es sentarse y hablarlo, y para eso llevamos una temporada convenciéndolos de que adopten, como nosotros, el mechero Bic, la guitarra y el borreguito de Norit. Lo de menos es que talibán no sea palabra peyorativa, sino que describa un grupo social afgano, armado y mayoritariamente analfabeto, con su manera propia de entender el Corán y de paso la guerra al infiel, etcétera. Aquí y allí todos debemos ser presuntos, oiga. Talibanes y talibanas presuntos y presuntas. Por cojones. Para hacer esta muralla juntemos todas las manos, los subsaharianos sus manos subsaharianas, los talibanes sus blancas manos. Etcétera.
Así que ya saben. Presunto talibán. Una guindita más para el pavo. Además, como todo cristo sabe, en Afganistán no hay guerra, sino presunta situación humanitaria, aunque incómoda, donde se disparan presuntas balas y se ponen presuntas minas y se tiran presuntas bombas. Allí, cuando a un blindado con la bandera del toro de Osborne le pegan un cebollazo o se cae un helicóptero, no se trata de acción de guerra, sencillamente porque ni hay guerra ni niño muerto que valga. Lo que hay es una coyuntura de pazzzzz presuntamente jodida, donde nuestros voluntarios para poner tiritas las pasan un poco putas, eso sí, porque no todos los afganos se dejan poner vacunas de la polio ni dar biberones de buen talante, y porque nuestra maravillosa democracia occidental a la española, los estatutos de la nación plurinacional, las listas de Batasuna, la memoria histórica y demás parafernalia se gestionan allí por vías más elementales. A un afgano le cuentas lo de De Juana Chaos y su presunta novia, y es que no echa gota.
En el presunto Afganistán tampoco hay guerrilleros, por Dios. Decir guerrillero tiene connotaciones bélicas, reaccionarias, con tufillo a pasado franquista. Lo que hay son presuntos incontrolados que presuntamente dan por el presunto saco. Nada grave. Por eso cuando allí a un presunto soldado de la presunta España una presunta mina le vuela los huevos –o le vuela el chichi, seamos paritarios– nuestro ministro de Defensa no le concede medallas de las que se dan a quienes palman en combate, que eso de combatir es cosa de marines americanos y de nazis, sino medallas para lamentables accidentes propios de misiones humanitarias y entrañables. Que para eso salen en los anuncios de la tele modelos y modelas buenísimos vestidos de camuflaje pero sin escopeta, diciendo: si quieres ser útil a la Humanidad y trabajar por el buen rollito y la felicidad de los pueblos, y dar besos metiendo la lengua hasta dentro, colega, hazte soldado y ven a Afganistán a repartir aspirinas, que te vas a partir el culo de risa.
Presunto talibán, oigan. Hace falta ser gilipollas.
Genial Pérez Reverte, como siempre. Los medios de comunicación utilizan a menudo giros expresivos inauditos para suavizar lo horrendo y justificar lo injustificable. Una cosa es que los periodistas no quieran dañar a personas inocentes, y otras que laven la cara al antagonista antes de traspasarlo al papel, no sea que la gente se asuste porque llamen a un sujeto talibán.
ResponderEliminarLuego no son tan meticulosos en los géneros de opinión, donde a veces se llama talibanes a ciertos comunicadores críticos con el Gobierno. Pero qué se le va a hacer. Luego dirá Charles Scott que los hechos son sagrados y las opiniones libres, pero no sabía que decía una gran ingenuidad. A algunos periodistas les da cosa llamar talibán a un islamista aunque lo sea. Sin embargo, la presunción de inocencia no existe en la prensa para los tanques norteamericanos. Esos van a matar civiles...