12 de julio de 2007

Murieron sin los inhibidores puestos

Dicho así, parece un remedo de «Murieron con las botas puestas», que también. Pero no. Aquí la película debería titularse «Murieron sin los inhibidores puestos», lo que traducido a román paladino significa que «los mandaron a la muerte».


Es ya un recordatorio histórico la campaña de Rusia. Hitler, ese cabo bohemio, la inició el 22 de junio de 1941, con el nombre de operación Barbarroja. Previamente, creía haber descabezado al Ejército Rojo a través de la «operación Tujachevski» (un dossier que casualmente llegó a las manos de Stalin vía Praga desde Berlín: Heydrich era un genio, cómo no), que originó la mayor purga militar soviética y que, aparentemente, descabezaba al oso soviético y le dejaba como esas gallinas que, sin cabeza, caminan hacia no se sabe dónde.


Pese al tratado de «no agresión» Molotov-Ribbentrop, Hitler decide invadir Rusia. El punto importante viene ahora: hablar de equipo de invierno se consideró derrotismo. ¿Para qué iban a necesitar el equipo de invierno si en poco más de tres meses esos Untermenschen soviéticos iban a caer bajo la implacable bota alemana? Los rusos, finalmente, demostraron ser más coriáceos y con mayor capacidad de regeneración de lo que creía Hitler: los Zhukov, Chuikov, Rokossovsky y demás llevaron a la victoria final al Ejército Rojo, ese ejército al que Hitler creyó poder derrotar en «tres meses».


Algo parecido ocurre con la guerra del Líbano. Que es una guerra, por más que nuestro desgobierno trate de ocultárnoslo (al igual que la de Afganistán). Y lo ha intentado ocultar de la forma más vil posible: mandando soldados literalmente desprotegidos. «¿Cómo van a atacarnos si venimos en son de paz, si esto es una misión de interposición de la ONU?». Pues nos atacaron. No por ir bajo el ¿paraguas? de la ONU. Nos atacaron por ser «asquerosos invasores occidentales».


Miserables han sido los intentos de nuestro desgobierno por ocultar esta verdad. Miserable ha sido (rectificado a toda prisa, eso sí) el intento de negar a los fallecidos en el Líbano la medalla con distintivo rojo (concedida en acciones bélicas), para no tener que reconocer implícitamente que murieron en una guerra. Y además, mintió el Gobierno cuando trató de hacernos ver que los demás países «tampoco equiparon con inhibidores sus vehículos». Lo que al Gobierno le «salió bien» con la soldado Idoia, igualmente acreedora a esa medalla, no le ha salido tan bien con estos seis jóvenes, caídos encima por una Patria que no era la suya de origen. ¿Qué mayor sacrificio se les podía pedir?


Desde el punto de vista socialista, como siempre, se trata de una cuestión de visibilidad. Tal es el criterio que denunciaba Jeff Jacoby en su artículo Glamour rojo, traducido en este blog. Es decir: lo que no se ve, no existe. La guerra que se oculta, tampoco. Pero para desgracia del desgobierno zapateril, los hechos son tozudos y desmienten las altisonantes declaraciones de Zapo y del ministro de la cosa, en este caso Alonso.


Honor a aquellos que han dado su vida por defender la nuestra, ya que nosotros somos tan «pacifistas» que despreciamos al Ejército y preferimos pagar a otros para que nos defiendan. Descansen en paz.

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